Por: Ana Fernández-Cervera Blanco
En la «España vacía», la despoblada realidad rural del interior del país, la realizadora extremeña Ainhoa Rodríguez construye un inesperado relato costumbrista protagonizado por mujeres mayores. Aquellas que fueron educadas en pleno franquismo con el único cometido de servir a sus maridos, criar a sus hijos y ocuparse de la casa. La que podría ser mi tía o mi abuela. Las que duermen con un crucifijo en el cabecero, rezan el rosario en las tardes, son devotas de la Virgen de los Dolores y se reúnen para merendar. ¿Cuáles son sus deseos y fantasías? ¿Y si esas meriendas acabasen en un éxtasis colectivo donde los cuerpos maduros se agitan y se tocan?
Saber apreciar la magia de lo cotidiano y del universo rural es una línea en la que indaga desde hace años una generación de jóvenes cineastas en distintos puntos del Estado español. Sin embargo, a Ainhoa Rodríguez parece interesarle además la necesidad de escape y la búsqueda de placer de aquellas que quedaron apartadas en la historia del cine como de tantas otras artes. Las que tienen vidas tan insignificantes que no merecían protagonizar películas.

Con un elenco de actrices «no profesionales» (no me gusta mucho el término, ¿quién, cómo y por qué se decide si alguien es profesional o no?) y filmada en Tierra de Barros, de donde procede la familia de la directora, Destello bravío (2021) despliega una serie de imágenes y situaciones que van de lo liberador, a lo cruel, a lo hipnótico, a lo desconcertante. «¡A tomar por culo la faja!», grita Cita borracha en los primeros minutos del filme, mientras se quita la incómoda prenda interior, se la pone en la cabeza y baila con su compañera de juerga, la misma que más adelante se masturba en mitad de su cocina para después saborear una copa de vino tinto. Isa la observa desde la calle, subida a unos maceteros. Un grupo de mujeres enfundadas en trajes de falda a media pierna, collar de perlas, tacones bajos y pelo cardado devoran dulces típicos bañados en miel de encina. El pegajoso manjar las va conduciendo hacia un trance de placer.
Los sentidos se agudizan. La ropa comienza a sobrar. Surgen las caricias mutuas. De riguroso negro, María asume su nueva vida como viuda. Habla poco, no sonríe, pero terminamos viéndola bailar sin necesidad de compañía bajo la suave luz que baña su patio.
El deseo, el imaginario católico y las experiencias místicas atraviesan constantemente el filme. Pienso en esa misma pulsión arrebatada, incontrolable y eléctrica, en un fulgor tan intenso que nos quema y nos produce el fervor religioso, ciertas drogas y el sexo. ¿Por qué solo concedemos el primero a las mujeres mayores? Decía Marguerite Duras (2014) que «hablamos de las cosas a través de la falta, la falta de vivir, la falta de ver. Hablamos de la luz por la falta de luz, por la falta de vivir hablamos de la vida, por la falta de deseo hablamos del deseo, por la falta de amor hablamos del amor». Es precisamente esa ausencia de representación, de libertades, de exploración, de posibilidades en las vidas y pulsiones de las señoras que habitan en los pueblos olvidados la que da pie a esta especie de fábula castiza, en la que vamos adentrándonos en los anhelos de las protagonistas, siguiendo la espiral que conforma el relato.
En Destello bravío nos encontramos a oscuras bajo una enorme luna llena para después cegarnos con la luz del mediodía; jotas y pasodobles conviven con música electrónica; acompañamos los días y noches de mujeres excitadas, embriagadas, pero también apáticas, cansadas, con cuerpos que no acostumbramos a ver en el cine, dentro de una cotidianeidad común y al mismo tiempo extraordinaria.
Bibliografía Mascolo, J., & Beaujour, J. (2014). Le Livre dit. Entretiens de Duras filme. París: Gallimard.