La sonriente Madame Beudet (1923), Germaine Dulac
El espacio de la casa, un lugar de opresión; el paso del tiempo vivido con hastío, un jarro de flores y el mismo horizonte afuera, todos los días, como recuerdo permanente del agobio del matrimonio. La sonriente Madame Beudet no sonríe. Enajenada y desconectada, el grotesco con que Dulac decide filmar al marido dan cuenta de un personaje aborrecible, que exuda machismo por sus iris y dientes filmados en primer plano. La casa, a Beudet, parece que se le viene encima, con sus fantasmas incluídos. Las piezas de Debussy en el piano, o las revistas modernas parecen ser su escape a una cotidianeidad matrimonial que la abruma… y, también, algunas ensoñaciones turbulentas que le devuelven otra imagen en el espejo del tocador.
Germaine Dulac (1882-1942), cineasta, crítica, periodista francesa, feminista, forma parte de la palimpsestica historia de nombres que conforman la genealogía historica de las mujeres en el cine. La Sonriente Madame Beudet (1923) logra una aguda e irónica crítica a la sociedad de la época (que encuentra, increíblemente, algunos ecos en la actualidad) y forma parte de los albores iniciales del cine entretejido con ideas feministas. Con la llegada del cine sonoro, Dulac se dedicó a filmar documentales, trabajando en los noticieros de Pathé y Gaumont.
The Private life of a cat (1945) Alexander Hammid y Maya Deren + Cat’s Cradle (1959) Stan Brakhage
Una pareja felina en la ventana de un departamento, él baña a la gata, sus orejas se juntan. Alexander Hammind y Maya Deren filman a sus gatos antes y después del nacimiento de cinco mininos. Observamos la preparación de la futura madre en la búsqueda de un lugar para su familia, el nacimiento de los pequeños, la alimentación, los juegos de los bebés y sus primeros pasos; el cuidado y el aprendizaje ante la mirada atenta de sus padres. La maravilla de observar los pequeños milagros de lo cotidiano en aquellos que nos acompañan.
El ojo, en constante movimiento, se entrega a un cine de los sentidos, al recorrido que propone Stan Brakhage en los espacios que cobijan objetos cotidianos: un mantel, un empapelado floral, una tela bordada, un jarrón. Teñidos por el rojo, el encuentro de dos mujeres y dos hombres se interrumpe con la presencia de un gato negro, o quizás sería al revés, la presencia humana como irrupción en lo doméstico animal. La repetición y la velocidad de cada cuadro despliega un ritmo frenético y ardoroso; con esta luminiscencia, con esta ligereza, lo ordinario se vuelve excepcional: mientras las luces bailan entre el sueño y la vigilia, los cuerpos se desnudan, el gato se acicala y la cortina se cierra.