Preferir la niebla

Por: Azul Aizenberg

¿Qué sería de nosotros sin la ayuda de lo invisible?
Camila Sosa Villada en su instagram, parafraseando una cita de Paul Valery

1.Es otoño del 2015. Tengo 22 años y junto a un grupo de amigxs vamos al Delta del Paraná. Estoy estudiando en la escuela de cine, y elijo la isla como locación para filmar mi primer corto. Es un lugar que creo conocer bien, durante varios años vine seguido a la casa de la familia de un novio. Para sacar equipos de la universidad y porque no conozco aún otra cosa, escribo un guión de ficción interpretado por dos personajes, un amigo y una amiga de la adolescencia. De la isla me atrae un misterioso magnetismo por la naturaleza salvaje y el correr de sus ríos, típicamente contagioso para quienes habitamos la ciudad. La historia -lo que ocurre- es algo que se me resiste. El guión, entonces, es un tanto indeterminado y tal vez poco verosímil. Lo importante es que el plan de rodaje está pensado para ser realizado a lo largo de un mismo arroyo. Al final de éste queda la casa en donde dormimos, un paraje sin electricidad. Llevamos en la lancha un generador y una parva de luces que nunca usaremos.

La primera jornada es un éxito, filmamos con el actor, preparamos entre todxs una comida de olla y hacemos fogón. Está previsto que a la mañana siguiente llegue el sonidista y la actriz. Pero nunca llegan: cuando nos despertamos, el arroyo está seco. No corre ni una gota de agua. Estamos aisladxs. Por suerte, mis amigxs son más audaces que yo, y se les ocurre que avancemos caminando en paralelo al arroyo seco hasta encontrar a los que faltan en donde la lancha los haya dejado. La espesa vegetación del monte tomó el sendero que alguna vez hubo y nos obliga a avanzar a machetazos. La señal de nuestros teléfonos se desvanece, y empezamos a gritar para ver si ya estamos cerca de nuestrxs compañerxs, si nos escuchan. Una hora después los oímos gritar, finalmente nos encontramos. Volvemos a la casa, reformulamos plan y guion. Todo lo que sucedía en distintas locaciones es modificado para realizarse en el mismo terreno. Durante una semana, todas las mañanas esperamos ver agua al levantarnos, y todas las mañanas el agua brilla por su ausencia. Hasta el último día, en dónde el río aparece. Antes de que amanezca por completo subimos al actor a una canoa y filmamos en medio de la niebla. La isla nos ofrece misterio y ventura. El fracaso se convierte en hallazgo.

2. Mi madre es hipoacúsica. Escucha sólo una parte del espectro sonoro. Las palabras para ella son una sonoridad abstracta, forma sin contenido, significado sin significante. Para oírme, tiene que leer mis labios. Por eso, desde chica modulo las palabras con exagerada precisión. También incorporé la costumbre de modular sin emitir sonido, como forma de decirle a ella secretos en reunión. Probablemente fueran chismes, críticas o indicaciones prácticas. Pero en un momento de mi adolescencia un episodio pone en crisis este lenguaje mudo. Mi padre le comunica a mi madre que se quiere separar. Unos días después, me salen llagas en las encías. El diagnóstico: gingivitis aguda. Se extiende hasta la garganta, hablar es doloroso. Hasta el día de hoy, cada vez que paso por una situación de mucho estrés, las heridas reaparecen. En algún lugar borroso de mi memoria, estoy muda y escribo en papeles las cosas que quiero decir.

3. Mi padre grabó algunos momentos de mi infancia con una cámara de video. Eran los años noventa, lo cual en Argentina se traduce como “la era del menemato”. Desocupación y hambre para la mayoría, pizza con champagne para unos pocos. Mi familia fue parte del segundo grupo, y grabar esa efímera bonanza se convirtió en un acto de exhibición y trascendencia. El hechizo duró poco: tiempo después de la crisis del 2001, mi padre dejó de grabar. Cuando me reencuentro con esas imágenes en un VHS descolorido, algo me llama la atención. En cada cassette grabado por mi padre hay una acción repetida: él me pide que le dé un beso a la cámara. La escena es siempre igual, una Azul de 2, 3, 4, 5, 6, 7 años en plano general que se acerca hasta quedar en primerísimo primer plano y pegar la boca al lente, dejando la imagen completamente negra. Según la teoría del color, el negro no es parte de los colores, sino su ausencia. Es una paradoja que mientras más cerca estamos del objetivo, menos (nos) vemos.


4. ¿Qué tienen en común estas experiencias? Vuelvo a ellas y las reescribo de distintas formas porque sospecho que es ahí donde se alojan los impulsos más íntimos para hacer cine. Lo invisible anida en lo visible. Un arroyo seco nos muestra la tierra que nunca vemos debajo del agua, la ausencia de una frecuencia sonora se traduce en una mueca muda, la imposibilidad de hablar empuja a escribir. De todos estos lugares viene mi sospecha frente a las imágenes y la certeza de que en lo invisible se halla el corazón de todas las cosas. Lo invisible no ya como metáfora, sino como condición material del reino de lo visible. Aquello que el sistema capitalista esconde y niega bajo la apariencia de la igualdad. Todas las ilusiones de igualdad en el capitalismo se fundan en este malentendido. La fuerza de trabajo -desde la fábrica hasta el home-office-, el trabajo doméstico, columna vertebral de la sociedad toda. Trabajo que, hasta nuestros días, es mayormente feminizado.


5. Durante las semanas de encierro de la pandemia le doy rienda suelta a una obsesión. Rastrear y ver todas las películas posibles en dónde se representa la lucha de clases, especialmente en territorio argentino. Me atraviesa la imposibilidad de reunirnos, pero también una fina línea entre la frustración y la esperanza. Conversando de esto con un compañero, me comparte el libro Los Picapedreros, asegurando que ahí se relata la huelga más larga de la historia de nuestro país, de la cual nunca escuché hablar. Mucho más grande es mi sorpresa al leerlo, y encontrarme con testimonios orales de mujeres que participaron en los momentos más álgidos de esos once meses de lucha. Un problema de representación: esto sucedió hace cien años, y de los hechos apenas quedan palabras escritas. ¿Qué hacer?.

Mientras empiezo a esbozar una forma de rodear este asunto, descubro Cerro de Leones: un film de 1975 restaurado y subido a youtube por Alberto Gauna, su propio realizador. Es una ficción que recrea los episodios de la Huelga Grande, sobre los cuales yo acababa de leer. En la película casi no aparecen mujeres, mucho menos como protagonistas de protestas y sabotajes. Tengo frente a mí una doble ausencia: ni en el momento de los acontecimientos ni en su posterior recreación hay una imagen de las mujeres. Un tercer dato da justo en el clavo: cuando logro contactar al realizador, exiliado desde aquel entonces en España, lo primero que me cuenta es que habían filmado una escena de las mujeres impidiendo la llegada del tren con los carneros, pero por falta de presupuesto la toma había quedado inverosímil. La escena fue descartada en el montaje, y guardada en una lata con otros fragmentos en 16mm blanco y negro. Unos meses después, los militares allanaron e incendiaron su casa. El fuego devoró aquellas imágenes, inverosímiles pero reales, de un grupo de mujeres sobre las vías, luchando contra la explotación patronal y la represión policial. Esta triple ausencia -la falta de registro, su exclusión del relato ficcional y el único material fílmico reducido a cenizas por las llamas de la dictadura- me da las pistas para narrar con imágenes y sonidos la historia invisible de Las Picapedreras. Si aquellas obreras de principio de siglo habían luchado sin más armas que sus elementos de cocina y costura, yo tengo que luchar contra la estaticidad de la palabra y las imágenes ausentes con imágenes y sonidos que tengo en mi computadora, mis propias herramientas domésticas.


6. En una entrevista sobre escritura, Pier Paolo Pasolini dice que el primer motivo para escribir es la costumbre de expresarse. En segundo lugar, un compromiso con el medio y la cultura en la que una vive. Es claro e inspirador, sí, pero ¿qué ocurre con “la expresión” en el caso de las mujeres, lesbianas, personas trans, no binarias, racializadas y-o discapacitadas? Pensar lo invisible y el silencio, no ya como condiciones lastimosas contra las cuales luchar para ganar una supuesta visibilidad, sino como condiciones primarias de nuestra expresión. Sospechar de lo visible, no para oponerle otro equivalente en donde vernos representadas, sino para inclinarnos hacia zonas menos exploradas de la Historia y de nosotrxs mismxs. Para decirlo con Donna Haraway: que los rayos de nuestro instrumental óptico, en lugar de reflejar, difracten. Ante el imperativo de la nitidez, preferir la niebla. Ella aparece en todo su esplendor cuando la noche no termina de morir y el día no termina de nacer. Esa puede ser una tarea en torno a la cual nos convoquemos. No ya para cambiar el mundo, sino para torcer nuestra historia.

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