Cuando recuerdo el famoso escrito de Virginia Wolf donde dice que: «una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas» (1929), pienso en la exclamación de independencia financiera femenina y en el hastío por las limitaciones patriarcales hacia las mujeres que querían realizar trabajos fuera de la esfera doméstica. Sin embargo, no puedo evitar relacionar el lugar de privilegio de clase económica del que surge esa reflexión y del que casi un siglo después continúa siendo una imposibilidad para muchas mujeres. Trabajar en una «habitación propia» y acceder a habitar un espacio propio, no es un derecho aún, sigue siendo un privilegio.
Pensar en lo doméstico con las múltiples relaciones que dispersa como el hábitat, la custodia, el cuidado, la crianza, entre otras múltiples, me lleva hacia una relación evidente, lo doméstico como espacio o lugar en el que se habita. Para esto, el filme surcoreano Microhabitat (2017) de la directora Jeon Go-Woon, representa para mí, en este momento, la reconfiguración del concepto de lo doméstico frente a la precarización de la vivienda y la segregación y desplazamiento forzado por condiciones capitalistas que se relacionan con los casos de apropiación extractivista de los espacios en América Latina.
En Microhábitat, la joven Mi-so vive en la ciudad de Seúl y trabaja como empleada doméstica al cuidado de casas, como efecto capitalista de concentración de riqueza a causa de la explotación de la fuerza de trabajo femenino. Mi-so renta una pequeña habitación sin calefacción en una temporada de invierno, habla sobre mudarse con su novio cuando ambos tengan suficiente dinero para pagar un alquiler, ya que él vive en un alojamiento para hombres que le provee la fábrica donde trabaja. Un día, la renta de su habitación aumenta, al igual que las únicas cosas en las que emplea su dinero: cigarros y un vaso de whisky en algún bar de la ciudad que bebe por las tardes después del trabajo. Mi-so tiene que reducir sus gastos. Las cosas se complican aún más cuando su novio, harto del trabajo en la fábrica, decide irse a una misión militar por un año, en la que le pagaran lo suficiente para resolver sus deudas y así poder irse a vivir con Mi-so.

Ante esta situación, Mi-so decide dejar su habitación y contactar a las personas que conoce para alojarse con ellos. En su camino nómade visita a personas que fueron cercanas a ella, sobre todo en su período universitario. En este recorrido, Mi-so se enfrenta a las historias de vivienda y cohabitación de las personas que la hospedan, los tipos de pagos o intercambios que tienen que hacer para poder vivir y alojarse, cada historia con sus respectivos procesos y acuerdos tácitos. Por ejemplo, su primera amiga en hospedarla, Hyeon, vive con sus suegros y su esposo en un pequeño apartamento donde ella se hace cargo de los cuidados de la casa y sus habitantes, ya que limpia y cocina para todos. Hyeon, le confiesa a Mi-so que está cansada de cocinar a diario para todos y que se siente expuesta, ya que sus suegros tenían un restaurante y teme ser juzgada por su forma de cocinar. Más tarde, Mi-so escucha al esposo de Hyeon decir que será incómodo para sus padres que ella se quede, así que al día siguiente Mi-so cocina para su amiga y se va.
Tras deambular con todas sus pertenencias en una maleta, hospedarse en otros espacios, salirse de esos lugares para no incomodar y continuar sus días aseándose en baños públicos y descansando en cafés, Mi-so llega a casa de su amiga Choi Jeong-mi. Su casa es grande y no tiene problemas para alojar a su amiga. Durante una cena con Choi Jeong-mi, su esposo y Mi-so, esta última hace un comentario sobre las veces que ellas habían ido a fiestas y lo divertidas que eran, Choi Jeong-mi y su esposo se sienten incómodos, por lo que su amiga le ofrece dinero a Mi-so para que se vaya. Por su cambio de actitud y semblante, intuimos que ella ha renunciado a muchas cosas que solía hacer por no incomodar a su esposo, un hombre rico que la provee.
En el recorrido de Mi-so, observamos sus esfuerzos por alquilar una habitación. Sin embargo, sus ingresos solo le permitirían alquilar un cuarto sin ningún requisito básico como un baño propio, una cocina y mucho menos un espacio para poder escribir, estirarse, o desplazarse fuera del espacio para dormir. Además, estas condiciones de alquiler de vivienda no le permitirían pagar ninguna otra cosa más fuera de su comida. Hacia el final de la película Mi-so va perdiendo comunicación con su novio y con el grupo de personas que habían sido cercanas a ella en algún momento. Al no poder sustentar el pago de una renta, tiene que acampar en las afueras de la ciudad.

El hecho de no renunciar al vaso de whisky y los cigarros para pagar un alojamiento es un gesto de resistencia, de no privarse de las cosas que la hacen feliz y que en ese momento articulan el sentido de su forma de vida. Lo que puede parecer una elección banal es una elección vital: un momento de felicidad y de derecho al ocio que todo trabajador tiene es no someterse a las formas de vida que una sociedad patriarcal impone y que implican formas de trabajo solapadas por el sistema capitalista que no remunera el trabajo doméstico y condiciona la existencia material de muchas mujeres.
La situación precaria de vivienda que atravesamos en muchos países hace que una película surcoreana de 2017 se sienta muy cercana para mí que escribo desde Oaxaca, en México. Para muchas mujeres, la idea de adquirir una casa es difícil debido a la brecha salarial, a la continua explotación de la fuerza de trabajo femenino para los cuidados domésticos, entre otros múltiples factores como el desplazamiento de vivienda por gentrificación, problemática continúa en el lugar en el que habito. Sin embargo, lo que ahora se ha visibilizado con mayor fuerza es la insostenible carga del trabajo femenino en el hogar, el desgaste físico, emocional y mental que esto implica. La creciente demanda de este tipo de trabajo remota incluso desde las viviendas de los trabajadores que, a pesar de ser una iniciativa con múltiples beneficios para muchas personas, para algunas mujeres implica una jornada laboral continua que no permite distinguir entre el trabajar desde el hogar y el trabajar para cuidar del hogar, labores que en muchos casos se mimetizan. En este contexto, pensar en una “habitación propia” es casi imposible, ya que las condiciones de vivienda no son aptas para ello, y tener un espacio digno en el que el cuerpo pueda distinguir entre el lugar de trabajo y el lugar de descanso y ocio continúa siendo un privilegio.
En Microhábitat, Mi-so se queda sola, administrando sus cuidados en una tienda de campaña en la que vive con vista a la ciudad y sistema que la han excluido. Una puede pensar que el microhábitat al que se refiere el filme es el cuerpo; ciertamente, el cuerpo es el primer y más extenso territorio propio. Sin embargo, no es suficiente. El filme también abre a pensar desde nuestros lugares, en otras posibilidades de cohabitación, a generar espacios de acompañamiento y de ocio seguro entre mujeres, a denunciar las necesidades básicas de vivienda y los factores y prácticas de exclusión que han llevado a invisibilizar la doble jornada laboral de trabajo femenino, perpetuada por los sistemas patriarcales.

En este tiempo donde la adquisición de vivienda, el sistema de retiro y el acceso a un trabajo con pago justo son procesos difíciles condicionados por los sistemas capitalistas, imaginar otras posibles formas de coexistencia posibles es un ejercicio vital y de autonomía. La individualidad difundida por el capitalismo, y la soledad y la exclusión como medios para sostener sus procesos, deben ser cambiados por proyectos colaborativos, por espacios donde el trabajo doméstico se redistribuya equitativamente y donde se puedan imaginar futuros de subsistencia colectiva, de envejecer y morir con dignidad. Si el sistema excluye, imagino formas de vivir colectivo, una mejor opción para vivir y cuidar a mis amigas que renunciar a mi derecho a elegir la forma de vida que me de paz; es mejor compartir espacios, generar familiaridad por elección y re-imaginar lo doméstico a partir del afecto y del cuidado. No se trata de renunciar al derecho de tener una habitación propia, sino, de comenzar a pensar en formas feministas de coexistencia que rompan el sistema de exclusión de vivienda.
Bibliografía
Wolf Virginia. Una habitación propia (2008). Six Barral, España.