“Es de a caballo”El Juan Moreira de Favio

Por: Sofía Brucco
En una aguada, al costado, entre los yuyos, apareció una luz mala, una fosforescencia luminosa que parecía arder como una llama blanca sobre la llanura. Era un alma en pena, la presencia triste de los aparecidos que tiraban esa claridad lívida; la miraron con un silencio respetuoso. 

R. P.

Borges dijo una vez que la poesía gauchesca es uno de los acontecimientos más singulares registrados en la historia de la literatura. Lirismo pampeano, corriente espesa de romanticismo y de alcance geográfico limitado. Una corriente que se permite, en los albores de la prosa sarmentista, rescatar y trasmitir las penurias e injusticias del gaucho. Y él, hijo de la llanura que, visto desde ojos extranjeros, ha quedado relegado a una suerte de reversión pobre y remendada del cowboy cool americano. 

Ya muchos conocen el relato de la reivindicación: Hilario Ascasubi, el favorito de Borges; José Hernández con Fierro; Rafael Obligado y su Santos Vega, el que venció al Diablo en una payada; el último criollismo, ese de Guiraldes y Don Segundo Sombra. Y acá Favio, que se propone una restitución del Juan Moreira de Gutiérrez para dárselo al cine. Un nuevo rescate del gaucho. 

Juan Moreira, vago y malentretenido, ladrón y homicida peligroso, edad entre treinta y cuarenta años, pelo negro, se le dice hoyoso de viruela, a veces usa barba, es de a caballo. 

La de Juan Moreira es la historia del que sufre, el exilio por la fuerza y la instancia de forastero. El hombre que labra la tierra de otro y es hecho matrero por las circunstancias. Juan Moreira es uno que es muerto por la fuerza pública. 

“Olvidar la tristeza”, dice Juan Moreira, de ojos verdes y pelo graso. Sus versos son cantados con la habilidad de los poetas. El decir y hacer del gaucho se hace una morada en las desgracias y el intento de olvido. Ahí hay, quizá, una suerte de rasgo unario. Atormentado, busca pequeño consuelo y deleite en la payada. El gaucho es un enseñante de la melancolía, el gran atributo de esta parte del sur. 

Ninguno me hable de penas // Porque yo penando vivo

¿Cuál es el hogar del gaucho? ¿Cuál su escenario doméstico, como sugiere esta convocatoria? ¿Cuál es el escenario doméstico de quien no tiene dónde caerse muerto? Don Favio se sabe entendedor de ciertas cosas, y para dar cuenta de algo de lo doméstico arma encuadres de  llanura larga, que se extiende para adelante, para atrás, para los costados. Las nubes estiradas, larguitas, muy diferentes de las esponjosas y suaves, tan invitantes y ricas, que aparecen en los dibujos animados. Un árbol pelado, castigado por el invierno, también solo, o a lo mejor hermanado con otro parecido a él, titanes huérfanos en el medio del llano. Y las tranqueras; ojalá existiese un poemario entero dedicado a la sustancia de las tranqueras. La tranquera tiene una dulzura opaca. 

Algunas escenas de Juan Moreira podrían verse sin sonido, sin nada que acompañe a la imagen, y aun así se perciben los crepitares, los teros, el olor a ceniza. De a ratos algunas escenas bastan para escuchar y oler. ¿Puede una imagen ser tan poderosa que se apodera del resto de los sentidos? 

Decir de forma impúdica y directa que el hogar del gaucho es el campo sería una solución fácil, como la respuesta de un ensayo escolar armado con pocas ganas. La complejidad de su espacio es superior a eso. No se trata del campo en sí, sino tal vez de cierto desamparo adictivo que existe ahí. 

¿No había una canción que decía que se puede ser adicto a ciertos tipos de tristeza? Me acordé recién. 

La llanura extendida,

El caballo como acompañante primero,

El fuego para el mate. 

Cuando era chica comíamos asado en el campo en una mesa larga, debajo de los árboles con ramas largas y lloronas. Pasó una sola vez: mi primo más grande, un sensible, dejó de masticar chinchulines para mirarme y decirme parco: “acá, hace años, se sentaban los gauchos a contarse historias”. Después siguió comiendo y nada más. Por aquellos años él debía tener no más de veinte años. En esa época, muerta en el tiempo y las cosas, todavía nos hacía callar la conciencia el hecho de estar sentados sobre algo enorme. Cualquier palabra de más lo hubiera arruinado.  


–¿Es eso también un escenario doméstico?–

La lucidez de los escenarios campestres es prodigiosa: los atardeceres rosas, las cabalgatas por la llanura, los aguaceros. Favio rescata los componentes más íntimos de esa melancolía, ese lugar místico que representa el gaucho. Nos lo muestra en la amplitud y soledad del campo, al cual pertenece por entero. Y es que el gaucho se desliza y va a caballo, como una extensión de la llanura, un elemento que le pertenece, igual que el ruido de los teros o la luz fosforescente que emanan los huesos viejos. 

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