
Las listas de películas no van a salvarte.
Las listas de películas no salvarán a las películas.
Las listas de películas no determinarán cómo las películas ganan y pierden valor.
Las listas no preservarán las miles y miles de películas descomponiéndose en callejones, sótanos, galpones de almacenamiento: películas perdidas, sin ser vistas, sin preservar.
Las listas de películas no escribirán nuevas historias del cine.
Las listas no son neutrales, inocentes o puramente subjetivas.
Las listas no van a consagrar tu preciado gusto: solo lo diluyen.
Las listas son bienes inmuebles de atención, exigidas por los fatigados, desanimados, hambrientos del click.
Las listas sostienen lo ya conocido y consolidan el poder.
Las listas cuentan y cuentan y pesan y miden incesantemente el “genio” y la “grandeza” como si fueran sustancias empíricas.
Las listas transforman su apariencia numérica en ese empirismo prodigioso de lo aparente.
¿Y a quiénes han beneficiado esos elogios a lo largo del tiempo?
Las listas no crearán nuevos cánones –y menos aún de cineastas mujeres, queer, trans, afrodescendientes, latinxs, del sur global, decoloniales y anticoloniales.
¿Quién le preguntará a Barbara Hammer, Kathleen Collins, Kira Muratova o Sara Gómez por sus listas
Las listas pretenden hacer una demanda sobre el presente y el pasado, pero son anti históricas,
obsesionadas con su propio tiempo, con el horizonte limitado por la tiranía de la contemporaneidad.
Consolidan y reafirman los gustos rígidos de lo ya visto y oído.
Las listas colonizan la mente y empobrecen la imaginación.
Las listas siempre van a decepcionar, incluso si prometen un mundo inagotable e infinito.
Las listas aporrean a los desposeídos con la métrica de popularidad, como si fuera un valor universal.
Las listas afirman la propiedad, el dominio, la posesión.
Las listas constituyen una política anti cine.
Las listas son métricas.
Las métricas son enemigas del arte y la lucha política. Cada lista es necesariamente imposible, y debería permanecer sin escribirse, como una estimación privada. La lista no escrita se demora en el inevitable vórtice de incognoscibilidad en el que sin duda caerán todas las películas, a menos que podamos defenderlas y describirlas mejor, haciendo espacio para su trabajo como formas vivas y activas.
Quemen las listas para liberar sus traseros.
El impulso de listar es cercano al deseo de coleccionar, registrar, archivar, recordar y preservar la experiencia y las emociones estéticas de películas que, de otra manera, unx olvidaría. Estas son actividades significativas, importantes e históricamente consagradas, en sus propios términos. Pero en esta actualidad hipermediatizada, la forma compulsiva y reciclada de la lista –la lista como deseo de consumo, como un ticket de compra de lo visto– se ha convertido en un instrumento de comodidad fetichista, de captura algorítmica, de autoexposición priápica e indulgente. Prestá atención, mirá más de cerca. ¿Quiénes producen exactamente este aluvión de listas?
¿Cuántas listas debemos leer para saber que sus autores han captado la existencia esencial de estas obras en una red tangible? Escribiendo, leyendo y consumiendo sin cesar este océano contaminado de listas, entramos en el mercantilismo podrido del alma cinéfila. Quizás existan prácticas más perniciosas que atacan a la cultura cinematográfica, pero aun así, las listas son tan banales y superficiales que funcionan como un síntoma más de este mundo estropeado y fundido.
Incendia tu lista. Si tenes que contar, escribí el mismo número de palabras sobre cualquier película que no esté en tu lista.
Lee otra cantidad de palabras sobre una mujer cineasta o un cineasta del sur global.
O convierte esas palabras y caracteres en unidades de tiempo, viendo una película que nunca esté en tu lista.
Un potlatch de listas: redistribución de recursos redirigidos a partir de la energía colectiva de la elaboración de listas.
La reivindicación de la supremacía estética comienza con las listas. Ojalá tuviéramos otras maneras de crear esferas de valor, o de anular por completo las superficiales categorías valorativas y con ello, el arbitraje caprichoso y empobrecido de lo que cuenta como arte cinematográfico, arte que merece la pena ver o por el que merece la pena luchar. La lista se consolida como evidente, reafirmando todo aquello que el enumerador no supo aprender, ver, conocer.
Las listas son para la lavandería, no para el cine.
Si lavamos nuestros ojos, oídos y mentes, encontraremos que aquello que se nos pega, luego de que el agua del lavabo se limpie, son los zarcillos de otro mundo cinematográfico, de imágenes, espacios, voces, pasajes, luchas y tiempo: tiempo recuperado al robo de la lealtad narcisista de la cinefilia aliada con el capital.
Elena Gorfinkel
Traducción realizada por Candelaria Carreño, Faustina Carreño, Alexandra Vazquez.
Revisada y corregida por Elena Gorfnkel y equipo Another Gaze.
Imagen tomada de L’Eclisse (Michelangelo Antonioni, 1962)
Texto originalmente publicado en: Another Gaze