Este fuego, mis alas, sobre El despertar de Nora (2020)

Julio 2021. Había semáforo naranja en la Ciudad de México y la pandemia era un mal sueño del que no lograba despertar. Aun así, un sol tenue me abrazaba y la emoción de volver a la Cineteca hacía que por un momento el COVID dejara de existir. Vería por tercera vez El Despertar de Nora (2020), una película alemana dirigida por Leonie Krippendorff que se desarrolla en Berlín durante el verano del 2018.

Vi la película dos veces antes, la primera sola y la segunda con E. En esta tercera ocasión estaba con X. Curiosamente, con ella surgieron los mismos temas de conversación que hacía unas semanas habían aparecido con E., cuando salimos del clóset, cómo supimos que nos gustaban las mujeres, qué dijeron nuestras mamás y la inevitable especulación: ¿cómo hubiera sido nuestra adolescencia de tener la oportunidad de vivir nuestra sexualidad libremente?

Tal vez Nora, la joven de 14 años que protagoniza la película, no sea el arquetipo de una adolescente en libertad; sin embargo, durante la película aprende algo que a E., X. y a mí nos hubiera gustado saber a su edad: el poder de habitar el cuerpo desde el deseo.



Con la voz dulce y nostálgica de Alice Phoebe Lou sonando, Leonie Krippendorff nos presenta a Nora, una adolescente tímida de ojos saltones, cabello despeinado y cuerpo escuálido. En las primeras escenas la vemos en la oscuridad de su cuarto con una lámpara atada a la frente, tocando tiernamente a una oruga verde que se desliza dentro de un frasco. Poco a poco, Nora sale de su capullo, aunque conservando, aún en situaciones dolorosas, la amabilidad desde la cual decide darse al mundo. Hay algo en su ternura que me parece entrañable, quizás porque me recuerda a la mía…

En su despertar, Nora conoce a Romy, una adolescente unos años mayor que ella de cachetes rosados, cabello asimétrico y sensibilidad desbordante. En una escena Nora la mira mientras ella presenta su tarea de arte. Romy pasa al frente del salón y proyecta sobre el pizarrón blanco un video de una explosión, le pone play a Space Oddity de David Bowie y se coloca en medio de la imagen, mirando fijamente a Nora. El encanto en el rostro de ambas mientras se miran me recuerda la explosión de placer que experimento cuando miro fijamente el mar.

Es a través de su relación con Romy que Nora descubre el deseo; sin embargo, su hallazgo más poderoso no ocurre cuando se enamora de Romy, si no cuando se aleja de ella al ser traicionada su confianza. Así, al final de la película, Nora disfruta de una paleta helada de mango mientras camina sola por las calles de Berlín, luciendo un nuevo corte de cabello y una camisa azul oversize. La palidez de su piel se ha ido; el sol del verano colorea su rostro.

Su despertar es evidente: Nora sabe que no necesita del amor de Romy para disfrutar de la inmensidad del mundo, en su cuerpo están sus propias alas. X. me mira, cómplice. La singularidad de lo que acaba de suceder nos conmueve. Esperamos en silencio a que enciendan las luces y se vacíe la sala. En la fila frente a nosotras una pareja heterosexual platica sobre la película, él se queja de que ahora en la Cineteca hay «puras películas de lesbianas», ella ríe, nerviosa. Lentamente, salimos, afuera la noche es cálida; un viento suave acaricia mi rostro.

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