Lo natural es un cuento

Por: Rosario Pilar Roig

Muhabid Jasan, su esposa Érika y su hijo Álvaro de 15 años viajan a Uruguay. Además de músico de cine, Muhabid es un tipo interesante; Érika es una economista con inquietudes y, el chico, un sensible espontáneo. El plan es visitar a sus amigos Kraken, Suli y su hija Rocío, quien asiste al colegio como cualquier chica normal de 12 años.

Pero Álvaro disiente. Comprueba en ella cierta rareza una vez arribados en Punta del Este, no tanto por su aspecto físico como sí en el cinismo de sus expresiones: en su primer rato a solas Rocío en vez de saludarlo le pregunta si se anduvo haciendo la paja. Por lo demás, la chica es intersex.

Así comienza Cinismo, cuento revoltoso que engrosa la obra Chicos escrita por Sergio Bizzio en 2007. A lo largo de su estadía, la afectación entre Rocío y Álvaro oscilará entre el filo y la ternura. El escritor intercala sus roces de amor y erotismo torpe con las charlas envueltas en nubes de porro y delirios de alcohol de sus padres, que como buenos adultos no harán más que molestar, espiar, interrumpir y tirarles de los pelos en los momentos en que ellxs se encuentran para tocarse o pelearse. Para cada grupo etario la narración fluye en sentidos contrarios: mientras los adultos se topan con un cierre -para no verse las caras nunca más–, lxs jóvenes viven una apertura que los cambiará para siempre en la búsqueda por desenvolverse en sus deseos, inquietudes y padecimientos explorando el mundo, el bosque, la cama.

Cinismo es un oasis en la normalidad de los deseos puestos en fila. En ese sentido, no hay diferencias entre la pluma de Bizzio y el acto de espiar por las rendijas de lo inmirable. No se molesta con dar explicaciones y simplemente narra los encuentros, diálogos e histerias entre un chico que le gusta ser penetrado y una chica que pretende romperle el culo. Y punto. Si bien es claro y explícito que Rocío sufre en su corporalidad, el relato hace foco en un dolor que nos es común a todxs, tan simple como enamorarse.


Es en XXY (Lucía Puenzo, 2007) donde va a trabajarse este fuera de campo colmado de angustias y sufrimientos escondidos detrás del cinismo, por lo que el núcleo de la dramática sufre un corrimiento: si en el cuento el eje está en la experimentación, en la película pasa a ser la identidad (de género).

Esta adaptación cinematográfica hace una caracterización de los personajes de tal manera que la historia gira en torno a Rocío –renombrada Álex e interpretada por Inés Efron– y su cuerpo. Así, la película de Puenzo pega un volantazo que la trae un poco más acá, abandonando aquel oasis donde los deseos corrían libres sin más y obligando a los personajes a habitar un realismo por demás hostil. Tanto Álex como sus padres, sus amigos, los padres de Álvaro (Martín Piroyanski) e incluso el motivo de viaje son anclados en la cadena de una trama en donde los tentáculos de un imaginario social normalizante son el artificio que organiza sus vidas. Sus (pre)ocupaciones, sufrimientos y acciones existen dentro del guión de XXY en la medida en que se alinean o se resisten a él: Muhabid, que antes era un músico de cine que visitaba Uruguay por contingencias del trabajo, ahora es un médico cirujano (Germán Palacios) invitado por Suli (Valeria Bertuccelli) con el fin de evaluar cortarle a su hija lo que le sobra; ella y Kraken (Ricardo Darín) sufren porque la carne e identidad de género de su hija es un núcleo de ansiedad desde el minuto cero; Alex no se lamenta tanto por Álvaro como por ser y sentirse diferente; la calidad de sus vínculos de amistad estará atravesada por su secreto, y ante los problemas, allí donde Rocío ejercía el cinismo, Alex pega la piña.

Pero vamos a afinar la vista. Porque a la hora de ver una película no estamos sólo ante un guion literario, también hay un guion técnico: los planos; el encuadre, los movimientos de cámara, el sonido. Es en estos parámetros formales del cine que otra narración es posible, y en ese sentido hay una cuestión notable en cuanto a la textura y plasticidad de la película que cabe mencionar, porque a partir de ella podríamos pensar en dos niveles de lo «natural» en XXY

El primero está en el trabajo de yuxtaponer semánticamente los cuerpos y la sexualidad genital con el mundo marítimo, la biología y la medicina, que da como resultado la producción de un universo en el que Álex no cabe. En este primer nivel las cosas están dadas. Lo femenino es vaginal y lo masculino es viril, las tortugas son machos o hembras, los humanos también y si algo sobra, se lo corta. Los límites y las formas están por todas partes.

Es en el segundo nivel, más sutil, donde algo nuevo se produce. Cuando en el cuento Bizzio afirma que Rocío es hermosa por partes y horrible en su conjunto y que por esto parece no haber sido concebida sino barajada, la puesta en escena de la película construye una reparación a esa unidad fragmentada, casi como una respuesta. La podemos observar en la materia sensible que nace de la imagen en movimiento cuando vemos a Álex corriendo empapada bajo la lluvia con el viento marítimo alborotando su ropa holgada y sus pelos indómitos, o cuando tira la pastilla de hormonas por la ventana mientras lee un libro, recostada en su cama frente al mar con el torso desnudo, e incluso las veces que la cámara recorta los planos en la expresión de sus ojos, más verdes que el océano. En esas escenas: ¿alguien puede dudar que a la Rocío de la película la concibió el mar?

La integración de sus partes con un todo que la excede se va cociendo a fuego lento en el marco del paisaje que la rodea y lo natural finalmente se escapa de las pastillas, «la opinión de los pelotudos» y las tijeras. La reparación aparece cada vez que Alex habita el plano y llora, corre, se enoja o camina por la playa, sin más. Si damos tres pasos hacia atrás y nos alejamos de la pantalla en un esfuerzo por refrescar la vista, quizás lo que Vando (Luciano Nóbile) le dice a Álvaro mientras los tres contemplan el fuego y mean frente al mar, sea cierto: es mucho para él. Es mucho para todxs.


Si bien XXY encarna -y critica- el disciplinamiento de los cuerpos respecto al género y la sexualidad, cosa que Cinismo no se gasta en ahondar, cada dispositivo narrativo hace un abordaje del deseo como una dimensión humana anclada al poder. En el cuento, la conducta inmiscuida y moralizante de lxs adultxs es lo que va a signar la exploración y asimilación del cuerpo de lxs jóvenes, ubicando su mirada en la cima de un panóptico adultocéntrico. Según Fernández (1993), una de las variantes del poder es el discurso del orden. La moral, la filosofía política y la religión constituyen este campo desde el cual se emiten los enunciados normativos y se sancionan las conductas no deseables en una sociedad, determinando su legalidad e ilegalidad, lo permitido y lo prohibido, el bien y el mal. Pero éste solo conjunto de acciones no basta para que el poder se reproduzca, porque su imperio no se limita solo al ejercicio de la fuerza o la violencia, tampoco al campo de la ley: es en las representaciones subjetivas de los sujetos que la operación se completa, conformando ideologías y disciplinando los cuerpos, conquistando el deseo.

Toda vez que el cine y la literatura trabajan en torno a discursos dominantes y/o su politización, la
crítica debe asumirse como un espacio de reflexión y debate colectivo que se encargue de reponer e intentar clarificar aquello que estamos viendo. La tarea es, en definitiva, una práctica política.

Bibliografía

Fernández, A. M. (1993). Tiempo histórico y campo grupal: masas, grupos e instituciones. Buenos Aires,
Argentina: Editorial Nueva Visión.

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