La labor de programación, entrevista con Vanja Milena

La Rabia: ¿Cuánto tiempo llevas programando? ¿Cómo llegaste a la programación? ¿En qué festivales haces trabajo de programación?

Vanja Milena: Comencé a programar el año 2018 cuando armamos el Cineclub Proyección. Fue una colaboración entre el Centro Social y Librería Proyección a través de Javiera Manzi y María Yaksic, el colectivo antirracista la Champurria a través de Casey Butcher y Matias Marambio y algunos críticos de El agente Cine que fuimos Iván Pinto, Héctor Oyarzún y yo. Nos conocíamos con las chicas de la Proyección y compartimos interés cinéfilo y las ganas de armar un espacio para llenar un vacío en la oferta cinematográfica en la ciudad con un cine más político y experimental, volver a ver, pero también darnos el tiempo y el espacio para ver cosas que queríamos ver y que no habíamos visto todavía y mostrar cosas que nunca se habían mostrado en Chile. Armábamos programas bi-mensuales “temáticos”, por decirlo de alguna manera, pero con funciones todos los lunes a la tarde, fue una experiencia muy linda e intensa.

A finales de ese año, me vine a vivir a Lisboa para hacer un doctorado, por lo que dejé de colaborar en la programación del Cineclub porque era todo muy precario y a pulso, no era solo escoger películas era también llevar el proyector, los parlantes, arrumar la sala, encontrar y descargar la mejor copia disponible de la película, muchas veces traducir y sincronizar, presentar la película, invitar gente a comentar, estar en los debates. Por lo que ahí entró Daniela Barriga a colaborar en la programación y todo lo que se necesitaba para sostener ese espacio que duró hasta octubre 2019 cuando comenzó el estallido en Chile.

Cuando me vine a Lisboa me escribió Raúl Camargo para invitarme a entrar al comité de programación de FICValdivia en la tarea de preselección de cortometrajes, es un festival que fue muy importante para mí no solo en mi cinefilia, también por su programación y el cine que defienden allí que dialoga con lo político, lo experimental y lo frágil, Asistir al festival con el deseo de cubrirlo para El Agente Cine fue como un laboratorio que me sirvió para encontrar una manera de escribir sobre las películas con la que me sentí cómoda.

Fui por primera vez en 2013 y a partir de ahí se volvió un ritual anual en mi vida, hasta la fecha, decantaba uno o dos textos largos en los que intentaba hablar de las películas específicas, pero también una manera de analizar la propuesta curatorial del festival, pensar en cine a partir de lo que se mostraba allí y las conversaciones o ideas que ese espacio releva. Por lo que, podríamos decir que llegué a la programación a través de la crítica de cine. Actualmente además de ser parte del comité de selección oficial de FICValdivia, me sumé recientemente al equipo de programación de Indielisboa para las competencias de largometrajes tanto Internacional como Silvestre y estoy colaborando con unos programas para el Festival Juan Downey, que era el Concurso Juan Downey que se hacía en el marco de la Bienal de Artes Mediales y que este año se independiza de la bienal y se establece como un festival en torno al video y cine experimental.

LR: ¿Cómo definirías el acto de programar películas? ¿Cuáles son las principales características que definen la figura de lx programadorx?

VM: Siento que la programación funciona como una exacerbación de la cinefilia por un lado en su faceta obsesiva de querer verlo todo, porque de alguna manera es un trabajo que te exige ver muchísimas películas, pero también esa parte romántica de la cinefilia de insistir en el cine, en darle cariño a las películas, darles tiempo, defenderlas, buscarlas, situarlas y entenderlas en ciertas genealogías; pensarlas en los contextos de sus cinematografías nacionales o entender cómo dialogan con tendencias específicas, juntarlas con otras, etc.

Siento que el entusiasmo por el cine es lo más importante de mantener, estar siempre esperando algo que te sorprenda o ir hilando tu propio camino para construir un relato de algo que quieres defender. Para mí en particular, siempre tanto en la escritura como en mi ejercicio de programación, creo que hay mucho ligado a la parte afectiva, a las películas que una siente que la abrazan, o que te permiten entender algo, quizás algo del mundo, algo que está en el discurso de la película que te hace sentido. Pero también a veces las películas te permiten entender algo que no está en el filme, algo tuyo o del mundo, un sentimiento o una idea.

Para mí, el ejercicio de ir a la sala de cine a ver películas se reafirma en esas ocasiones, cuando la soledad acompaña de la sala de cine, de esa línea del tiempo de sonidos e imágenes actúan no como un discurso sino como algo que gatilla otra cosa, como si fuera un paisaje o un amigo con quien te gusta compartir un espacio-tiempo, y a veces esa compañía te genera como respuesta, una película que hace click en algo más allá de lo que pasa en el filme. A veces las películas son mundos en sí mismo, lugares a los que uno quisiera volver, lugares que te gustaría que otros también conocieran. En ese sentido siento que en los espacios y lugares desde los más precarios a los más institucionales en que uno trabaja como programador sirven para amplificar ese gesto de querer mostrarle una película a un ser querido y llevarlas a un público más grande, lo que implica también otras responsabilidades.

LR: El contexto latinoamericano es bastante adverso en cuanto a la profesionalización de las prácticas relacionadas con lo artístico. ¿Cuáles ventajas y cuáles asperezas identificas en torno a la figura de lx programadorx y sus trabas laborales? ¿Cómo incide el territorio, el género y el contexto en esa práctica?

VM: Para mí lo interesante del contexto latinoamericano es el sentido de urgencia y de invención, hay mucho por hacer aún, lo digo como alguien de Chile que vive en Europa, me cuesta más encontrar eso aquí, mi lugar de enunciación o de acción, en Chile era muy claro: me interesaba más la no ficción y lo experimental, aún hoy hablando con colegas con las que compartimos intereses sentimos que no hay mucha gente haciendo específicamente lo que hacemos nosotras; eso es un plus, esa libertad para proponer algo que falta y como un pequeño gesto resuena en otras personas y se generan alianzas, amistades, sinergias.

Siento que en los últimos diez años se han creado varias sinergias, entre cineastas, festivales, críticos y plataformas en el continente que parecen articular y generar una escena desde donde pensamos y discutimos lo cinematográfico desde un sentido de urgencia y político, que cruza varios intereses, un interés por la no ficción y por lo experimenta, por descubrir nuestros cines, por vernos y leernos entre nosotros.

También en el último tiempo ha habido situaciones en festivales europeos, como el despido del equipo de programación de Sheffield o de Rotterdam o las soluciones “colectiva” de dirección de FIDMarseille, que han relevado bastante la precariedad de la labor de programación en el “primer mundo”, que está generando ruido sobre las condiciones laborales para quienes ejercemos esas prácticas. Yo he tenido malas experiencias en otros espacios donde he trabajado, que me parece importante discutirlas que tienen que ver con abusos labores, personas muy tóxicas a cargo de espacios a los que les sirve tu figura o les interesa invitarte a colaborar, pero arrastran una larga historia de malas prácticas, desde no saber armar equipo y por tanto siempre los equipos que sostienen esos espacios van rotando, poca claridad de condiciones laborales y modos de trabajo, poca claridad y responsabilidad en cuestiones salariales, hasta cosas muy duras como maltrato laboral, lo incluyo aquí porque me interesa que discutamos eso también.

Hemos crecido en contextos donde la cultura o las prácticas relacionadas a lo artístico son precarias de por sí, pero sumarle a esa precariedad del sector otros abusos, me parece un sinsentido y una tristeza muy grande que me merma todo lo otro que estoy intentando defender, preguntarnos cómo cuidarnos entre nosotres, cómo apoyarnos, cómo prender alarmas sobre situaciones complejas, cómo no salvarme solo a mí, sino al daño profundo que hacer esas prácticas abusivas enraizadas en ciertos espacios y proyectos me parece urgente de discutir también.

LR: ¿Cómo crees que influye el gusto/subjetividad al momento de valorar para seleccionar, finalmente, una película? ¿Es necesario tener en mente esa distinción al momento de seleccionar y qué tanto hay que apegarse al criterio de programación de un festival?

VM: Para mí, sí. Creo que hay un factor de subjetividad, no sólo del juez de decir esto está bien y esto no, sino de involucramiento que me parecería triste un ejercicio de programación que no se dejaría contaminar por lo subjetivo. Pero, como decía, los espacios creados o institucionales implican responsabilidades que también son decisiones: a qué público le quiero hablar, qué le queremos decir, qué comunidades queremos construir a través de estos programas, cómo aportar algo desde mi trayectoria, cómo las películas atraviesan mi cuerpo a un espacio ya construido, qué puedo proponer aquí y cómo me hago cargo de la tradición de este espacio o cómo decido ir a contracorriente de algo y porqué.

Me cuesta imaginar una función objetiva en la programación, como automática, si esto va aquí, como chequeando casillas. Al final es siempre un ejercicio político sobre qué defender y de qué maneras narrar esa defensa. Por suerte hasta ahora he trabajado en espacios que están interesados en eso, en construir una narrativa para luego exhibirlo.

LR: Desde algunas perspectivas feministas, sostenemos que la selección, jerarquía y valorización implica la construcción de un canon que selecciona y delimita qué queda por fuera y qué queda por dentro. ¿Cómo pensás que se puede escapar a esa trampa de la canonización de ciertos nombres, o títulos de películas?

VM: Siento que tiene que ver con lo anterior, de entender lo que hacemos como un ejercicio creativo. Como una performance que llevamos a cabo en público, presentar un programa es intentar hilar cosas para un espacio, en un momento y lugar determinado. En ese sentido, siento que, para mí, la cinefilia siempre ha estado movida por la inconformidad respecto a lo hegemónico. Descubrir en festivales de cine una variedad de formas fílmicas que no entran al circuito comercial o descubrir propuestas más radicales que defienden lo frágil y desarrollar un gusto por cuestiones de difícil acceso no es sencillo, es un camino que una va construyendo a partir de sus propios criterios que quizás no parecen interesar a otros. Hay que buscar aliades en torno a esas cinefilias; descubrir, trazar e imaginar genealogías o cruces entre películas, cineastas, tiempos y espacios.

Me sucede que siendo chilena y mujer siento la necesidad de ver y entender los cines regionales y películas dirigidas por mujeres, trazar a partir de allí tramas y narrativas sobre lo cinematográfico y el mundo que me resuenen mejor en mí y que espero resonaran también en otres. Hoy en día tenemos más acceso y circulación tanto a la historia y la contemporaneidad del cine latinoamericano y de cineastas mujeres y feministas, pero trazar las múltiples narrativas potenciales allí es todavía un camino porvenir.

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