¿Qué carajos significa ser buena madre?

Por: Sofía Brucco

Andrea Arnold, directora de Fish Tank (2009) y de Cumbres borrascosas (2011) –una de las tantas versiones–, dirige Wasp (2003), cortometraje que fue eventualmente galardonado con un Oscar en su categoría (la cual es, posiblemente, la más ignorada e inaccesible en el galardón hollywoodense). En MUBI se encuentra, afortunadamente y por el momento, disponible, al igual que otros cortos de la misma directora.

La protagonista, Zoe, es madre de cuatro hijes, consecuencia de un noviazgo del cual ya no tenemos noticia. Zoe es muy joven, quizás no pasa los veintidós. Lo primero que sabemos de ella, es a través de una pelea, cuando toca el timbre a una vecina cuyo hijo se metió con una de las pequeñas de Zoe. Acto seguido, le tira del pelo y la muele a palos. Sin embargo, la vecina avanza y, en términos puramente bélicos, gana la pelea. Pero Zoe camina de vuelta hacia su casa triunfante con sus hijas, que gritan que su mamá es mejor y se parece a Victoria Beckham. Antes de perderse de vista, los cinco, madre e hijes, se dan vuelta para devolver un fuck you coordinado a la vecina.

En la calle, mientras camina, Zoe se encuentra con un viejo amigo, un potencial romance, que la invita a salir. Advertimos que, al verla con tantos niños, parece dudar un poco. Zoe miente, y le asegura que no son de ella, que los está cuidando nada más y que si consigue a alguien que la pueda reemplazar, no tiene problemas de encontrarse en el pub. La cita ya está pautada. Por supuesto, Zoe no consigue a nadie que esté dispuesto a cuidar a sus hijes por la noche. Pero es la primera vez que sale después de muchos años. No está dispuesta a renunciar a ese trocito momentáneo de diversión, y opta por llevarse a los niños con ella y que esperen afuera del bar. Las hermanas mayores están a cargo de los menores y solo es cuestión de esperar un momento a que mamá termine de tener su cita.

Vemos a Zoe llevar a sus hijas a la cita. Las lleva hasta el bar de la mano y, mientras las deja en la puerta, les aclara que son solo unos minutos y promete alcanzarles comida. Las niñas se impacientan y ella también: realmente quiere concretar esta cita, la primera después de tanto tiempo, necesita salir. Las buenas madres del mundo la observarían escandalizada. La escena es un festín para Servicios Sociales.

El inglés tiene un gerundio puntual; parenting, para referirse a “la crianza y todas las responsabilidades y actividades que la involucran” (Diccionario Cambridge). En la cultura anglosajona, parenting es la habilidad para entender siempre lo que quiere el niño, es saber poner los límites, saber qué comidas son sanas y cuál es el plástico menos tóxico, es decidir comprar juguetes con texturas porque son más estimulantes, es enviar a los hijos a piano tres veces por semanas y decidir que el resto de los días van a estudiar francés, porque los idiomas se absorben mejor a los cinco años, claro. El lenguaje anglosajón, quizá de un modo más empaquetado que en otras lenguas, construye así un accionar puntual de la buena paternidad. Wasp se convierte, en esas coordenadas, en un interrogante a viva voz que estalla en el mejor estilo postpunk británico: ¿qué carajo significa de todos modos ser buen padre?

La cita de Zoe sale bien, el chico la invita a su auto, la escena comienza a erotizarse. Ella se sube, con algo de duda, piensa en los hijos, está atenta. Se besan durante un rato, pero enseguida se escucha el grito de una de las nenas. El cambio es abrupto. Zoe no tarda dos segundos en abrir la puerta y correr hacia ellas. Sin explicar nada, sin poner excusas, corre a responder al grito, al llamado. El peligro es inminente: el bebé se está por tragar una avispa, Zoe no sabe qué hacer, llora, las nenas también. La avispa juega a apoyarse en los labios del hijo menor, ingresa a lo negro de la boca. ¿Qué pasa si lo pica? ¿Es venenosa? ¿Y si se ahoga? ¿Cómo la ahuyenta? Es una amenaza mortífera.

Pero la avispa se harta, sale. Se va volando. La desesperación y el susto son enormes, le grita a las demás hijas: “¿No te dije que lo cuidaras?” ellas se asustan y lloran. Afortunadamente, no pasó nada. La mamá llora aliviada, toma al bebé en brazos, consuela a las chicas por haberles gritado, pide perdón, les dice que ya pasó, que fue un susto. Se abrazan juntos y se funden en un espacio amoroso.

Dave, la cita de Zoe, los observa, a un costado. Fue testigo silente de toda la escena. Descubre así, entonces, que todos esos chicos no estaban simplemente bajo el cuidado de Zoe, sino que eran sus hijos. Si bien no termina de comprender qué es lo que realmente sucede, no se asusta, no la insulta, no huye, no la deja sola. No hace preguntas, no se ofende por la mentira, no se espanta ante tanto niño. Se queda ahí, las mira hasta con cierto alivio. Se suben todos al auto, volviendo a casa, y cantando la bailable y pop versión que Dj Otzi realiza sobre el clásico de Hey Baby de Bruce Chanell: hey, hey, baby I wanna know, If you’ll be my girl. Es una escena fantástica, como casi todas en las que la gente canta cándidamente.

De esta forma, Wasp aborda una pregunta vital: ¿en qué formas arriba el amor? Y, más precisamente, ¿de qué modos ama y cuida una madre? Wasp busca conciliar la idea de que amar y ser madre muchas veces viene en las formas de papas fritas, latas de coca-cola y VHS repetidos sin parar para que se guarde un poco de silencio. Amar maternalmente no se trata necesariamente de vitaminas, clases de piano y chino, evasión de microplásticos o yoga para infantes. Acaso –y Wasp lo muestra– se trata más bien de conciliar la idea de que amar a veces es hacer lo que se puede, y con frecuencia eso también tiene que ver con la irresponsabilidad no querida, no estar preparados ni deseosos. Pero de todo esto, lo que resuena en Wasp es otra cuestión fundamental: que si hay ahí alguien que mira, toca y habla amorosamente, eso es, en el decir de Winnicott, suficientemente bueno.

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