Entre la emoción y el recuerdo: Tarde para morir joven, de Dominga Sotomayor

DOSSIER #00 – Por Karina Solórzano

En la película Joven y bonita (2013) de François Ozon, una especie de coming-of-age que explora el despertar sexual de su protagonista, hay una escena en la que varias alumnas y alumnos de liceo leen el poema “Roman” de Arthur Rimbaud. El poema tiene unas líneas muy bellas: “¡Diecisiete años! […] Te emborrachas […] divagas; y presientes en los labios un beso / que palpita en la boca, como un animalito”. Rimbaud escribe que, a esa edad, y durante el verano, es imposible ser formal. La película de Ozon también explora los cambios de la joven a través de las estaciones y se incorpora en esa tradición romántica en la que la emoción y los afectos tienen su correlato con las épocas del año.  

 En esa misma tradición —que se conecta, sobre todo, con los momentos de ocio como en el cine de Éric Rohmer— se encuentran las películas de directoras como Mia Hansen-Løve (Un amor de juventud, 2011) o Carla Simón (Verano, 1993) que me parecen unas de las referencias más cercanas al cine de Dominga Sotomayor. El verano se asemeja a un laboratorio de formación de conducta: se ensayan los primeros miedos y los primeros amores, se transita del juego a las primeras rupturas. En el cine de Sotomayor se conjuga tiempo, emoción y recuerdo: un road trip visto desde la mirada infantil de su protagonista en De jueves a domingo (2012) y durante el que sucederá la ruptura del matrimonio de sus padres o el período de transición de la dictadura a la democracia en Tarde para morir joven (2018) misma que se corresponde con la transición de la infancia a la adolescencia y de la adolescencia a la adultez. Un momento ocurrido en un fin de semana largo o en un fin de año marcará la memoria de sus personajes.

En Tarde para morir joven las jóvenes también divagan, como en el poema de Rimbaud. Es el verano de 1989, la víspera de la noche de año nuevo y un par de familias deciden pasar esos días de fiesta apartados de la ciudad y congregados en una comunidad ecológica con intereses artísticos afines. Cada generación parece absorta en problemas propios de su tiempo vital, sin embargo, el foco está en Sofía, una adolescente que escucha sus cassettes y parece distante del resto de sus familiares, mientras ella está en la bañera los más chicos comen sandía a orillas de la alberca. La estructura y la imagen de la película replican también esa sensación de fugacidad y nostalgia, la fotografía está en un tono ligeramente descolorido, como si se tratara de imágenes que empiezan a perder la intensidad del color de la primera toma. La trama no sigue un orden definido, está contada a partir del retazo, de la anécdota y del proyecto lanzado al aire, un poco al modo de la casa de la comunidad en la que transcurre la acción.

Esta dispersión parecer alargar demasiado la película, pero me parece que no hay desperdicio en los momentos nucleares, porque, como en la memoria, no todo es discontinuo y sin sentido, hay puntos que dan coherencia al recuerdo: el deseo sexual, un paseo en moto, el amor no correspondido, un incendio. Todas estas escenas discurren en la película conectándose en un mapa emocional más complejo: el de la melancolía, porque los recuerdos pueden despertarse a través de conexiones aparentemente aleatorias, más en relación con las emociones y los sentidos que con la lógica de la razón. Así parece funcionar la triada formada por la exploración sobre el tiempo, la emoción y el recuerdo en la película de Sotomayor —quien imprime rasgos autobiográficos a sus ficciones— un suceso irrumpe en la cotidianidad adolescente alterando el estado de ánimo como una chispa a punto de estallar y el incendio —sea o no metafórico— se relata desde la memoria de su directora, de ahí pertinencia de elementos plásticos como el color de la imagen o la banda sonora con música de los 90’s. Más que el momento histórico, es la vivencia personal la que prevalece. 

De esta forma, lo que parece conformar la materia prima del recuerdo —y, por tanto, de la ficción— es la música de Los Prisioneros, Mazzy Star y toda la tecnología setentera en la casa que parece al margen del tiempo y al margen de la sociedad con su transformación política en ciernes. Es lo atmosférico, la relación con los objetos y sus huellas en la memoria lo que parece interesarle a Sotomayor, de ahí que su cine apele casi exclusivamente a lo sensorial y a un tiempo que parece fragmentado, los objetos de la casa parecen de otra época y una de las discusiones de los adultos es por si deben instalar o no luz eléctrica, las preocupaciones de las más jóvenes son de otra índole, Clara, la más pequeña busca a su perrita perdida y Sofía, con casi diecisiete años “no puede ser formal”, un cine construido con recortes de una memoria signada por la emoción.

Publicado originalmente en El Agente Cine el 29 de abril de 2019. Esta versión presenta algunas modificaciones realizadas por la autora.

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