El silencio es un cuerpo que cae (Agustina Comedi, 2018) narra la vida de Jaime, el protagonista, a través de una voz en off que estructura la historia y que se identifica con la de la directora, Agustina, hija de Jaime. El relato toma forma en materiales que arman una unidad en su heterogeneidad: la directora utiliza material de archivo, entrevistas, videos super 8, archivo familiar, entre otros.
Este trabajo propone recorrer la heterogeneidad material que construye un paisaje de Jaime: su activismo político, su homosexualidad y, sobre todo, lo que su mirada capta a través del lente de la cámara para analizar lo que nos revelan las imágenes. Con ese propósito, el trabajo hace un diálogo especular de retratos producidos a través de las miradas superpuestas a lo largo de la historia. Así, la película se presenta en clave ensayística y analiza las maneras en que un retrato puede ser también un autorretrato, una forma de enumerar las posibles maneras de construir un yo en imágenes.
Se propone aquí un recorrido a través de la película en relación con la descripción de la identidad ciborg que propone Haraway. Haraway describe el 1 ciborg como un organismo cibernético, un híbrido de máquina y organismo, una criatura de realidad social y también de ficción. Haraway propone pensar la realidad social como nuestras relaciones sociales vividas y como una
construcción política. Es decir, la propuesta es pensar la realidad como una ficción, pensar la realidad construida. Dentro de esa ficción, el ciborg sirve para analizar la identidad como un híbrido formado por sus contradicciones. La clave del ciborg es que no combate sus diferencias, al contrario, son ellas las que lo constituyen como tal.
Para entender el funcionamiento del ciborg dentro de la construcción del retrato-autorretrato de la película, es interesante pensar en el mito de Narciso, a través del cual se pueden rastrear y analizar distintos temas que abordan la problemática de la construcción del yo: la mirada del otro sobre uno y la forma en que esa mirada impacta en la propia construcción; el doble contradictorio dentro uno mismo; la necesidad de los otros para construirse a uno mismo; la imposibilidad de alcanzarse a uno mismo y a cualquier otro por completo; la intimidad expuesta para la construcción de uno en similitudes y diferencias con otros; la fascinación por uno mismo y por el otro; la necesidad de llenar las ausencias de otros en la intimidad.
Para comenzar este recorrido, hay que detenerse a pensar en la función de la intimidad en el arte, tema especialmente importante hoy en día dado el uso central y cotidiano de las redes sociales en nuestras vidas contemporáneas. ¿Es necesaria la exposición de la intimidad para la construcción del individuo tanto en el ámbito artístico como en el social? Esa exposición, ¿es negativa o por el contrario un paso necesario para la construcción del yo? ¿Se puede construir un yo sin ninguna intimidad? Lo cierto es que, para existir, hay una necesidad de ser observado: la identidad
contemporánea se construye no frente a uno mismo sino frente a quienes nos observan y por lo tanto, la sociedad exige al individuo que se muestre para que, así, su identidad se vuelva identificable.
Además del concepto de ciborg, que abre todos los interrogantes anteriores, se aplica en este trabajo la idea de realidad como montaje, tal cual la plantea Nicolás Bourriaud. Para Bourriaud , en los artistas contemporáneos, 2 hay una intención constante de deconstruir el sistema de representación y así develar los sistemas ideológicos que conforman la realidad. Pensar la realidad como un montaje es pensarla como una construcción y, a partir de eso, intentar una codificación de relaciones.
El montaje es la base de la producción cinematográfica. En el silencio es un cuerpo que cae, el montaje se hace cargo de sí mismo y se presenta como tal, develando constantemente el dispositivo cinematográfico en cada uno de sus cortes abruptos, imágenes repetidas en loop o puestas en pausa. El final de la película se presenta como el sumun de la idea de constructo: Agustina aparece en cámara grabada por su hijo, como pasando la posta a la próxima generación que tendrá la posibilidad de construir su propia identidad. Ella es el dispositivo principal que pone en marcha la película y, a partir del montaje, construye la identidad oculta de su padre (retrato) y la suya (autorretrato).
La idea de montaje de Bourriaud nos presenta la posibilidad de armar diferentes versiones de la realidad y, por lo tanto, de nuestra propia identidad. “La realidad está estructurada como un lenguaje y arte permite articular ese
lenguaje”, dice Bourriaud. Las imágenes de la película se nos revelan como un engranaje híbrido de la vida de Jaime solo para habilitar a Agustina a que construya su propio autorretrato y al mismo tiempo a nosotros a que repensemos la historia de nuestra época/generación. Bourriaud también considera que para denunciar algo o protestar contra algo, hay que asumir la forma de lo que se quiere denunciar. En ese sentido, Comedi se inmiscuye en la mirada de su padre para denunciar la realidad de una época pasada en la que la realidad nunca revela su dispositivo, se presenta como dada y no como construida o montada, pero al hacerlo denuncia los casos en que sucede esto también en el presente.
En la película, Comedi intenta revertir esa exigencia. Hay un juego de roles voyeristas en el que se incluye a los espectadores. La directora se sumerge a buscar su propia imagen como Narciso en la laguna pero lo hace a partir del reflejo de otros (su padre) y acompañada por otros, nosotros, los espectadores. Ese juego comienza a partir de sombras: Agustina presenta a su padre y la única imagen de él aparece a contraluz, en una imagen que no es clara ni completa, como una anticipación de los secretos de la intimidad familiar. Más adelante, el espectador se entera de que esa fue la manera de vivir la homosexualidad del padre, en lo no dicho.
Al mismo tiempo, también Agustina está permanentemente entre sombras, detrás de la cámara, e invita a todos a mirar con ella desde esa perspectiva. A todos nos da miedo mirarnos a nosotros mismos en soledad. Comedi busca la compañía del público para descubrir quién es su padre y
también para descubrir quién es ella y obligar a los espectadores a preguntarse por sus propias sombras. El fuera de campo en las imágenes de archivo está compuesto por Jaime y Agustina: Jaime, que graba las imágenes; Agustina, que mira esas imágenes y las pone a danzar frente en la pantalla. Así, la construcción es colectiva: se necesita de todos para entender quién se es. Y Agustina logra revertir la exigencia social de exponer la intimidad de una manera en la que también se nos manifiesta su construcción. Eso convierte la exigencia en potencia.
En “El silencio es un cuerpo que cae”, hay un juego de espejos en las miradas. La directora mira cómo la mira su padre. Esa forma de presentación vuelve sobre el pasado para hacer una crítica o filtrar de él lo que se necesita para pensar el presente personal. De esa manera, cada uno, cada una se aproxima al pasado como algo vivo y no estanco. El medio, los dos (la directora y su padre), es la cámara. Con la cámara, ella construye las preguntas acerca de su propia intimidad mientras fragmenta la identidad de su padre. Y al mismo tiempo, a través de las pistas que dan las imágenes, Jaime se presenta como una persona que no suelta la cámara y se nos presenta no tanto a través de su imagen en sí, sino a través de su mirada: como si la cámara fuera parte de él, a lo ciborg.
A la vez, Agustina monta esas imágenes y arma, a partir de los fragmentos de su padre, un nuevo retrato. Haraway presenta el mito del ciborg como el lugar donde conviven las fronteras transgredidas. El ciborg no es ni humano ni máquina ni animal y, en esas múltiples fronteras, propone una
potencia para transitar toda esa heterogeneidad como parte de una tarea política. Presenta un cuerpo que se revela como un condensador tanto de las dominaciones sobre los cuerpos como de las posibilidades inimaginables para abandonar la mirada única sobre nuestro contexto. Eso es lo que propone la directora en la película: presenta a su padre como un ciborg para incluirse primero a ella y luego a los espectadores en las fronteras y contradicciones de nuestras identidades, que a su vez son identidades construidas en los intersticios.
Al mismo tiempo, Comedi amplifica el terreno y empieza a tejer un puente entre la intimidad de su familia y un posible retrato de una época. En ese sentido, también se puede pensar la época y a partir de eso las épocas involucradas (son más que una) como ciborgs en los que se condensan contradicciones y se construye una realidad en base a ocultar esas contradicciones. En la década del 90, el neoliberalismo se abre en todo su esplendor en la Argentina y repite el ocultamiento con el cual se lo vivía en años de la dictadura militar. Es decir, que la vuelta a la democracia sigue siendo una dictadura para ciertos cuerpos e identidades disidentes que se mantienen en las sombras.
En cuanto al rol del pasado en esta construcción compleja de la identidad (o identidades), hay que decir que el pasado ayuda a entender quiénes son los espectadores y quiénes no. El pasado aparece como un pasado vivo que sigue cambiando en el presente de cada uno, un pasado que nunca quedó clausurado. La mirada de Agustina (que es la de los
espectadores) se reconfigura a partir de la observación de la mirada de su padre. Por lo tanto, el grito de lo personal es político, aparece ya reflejado en estas imágenes del pasado, cuando esa frase aún no estaba pronunciada. Jaime, militante de izquierda, ocultaba su sexualidad para mantener su vida lejos de las contradicciones y, ahora, años después de su muerte, Comedi hija se embarca en la misión de exponer el secreto oculto por una vida.
Es interesante ver que la película muestra que, en el pasado, lo íntimo también se construía para un sector de lo público. Al igual que miles de padres de familia, al grabar, Jaime relata. Habría que preguntarse: ¿a quién le habla?, ¿al presente, pensando ya en el futuro que le tocaría a su hija?; ¿a la sociedad de su propio momento?, ¿a nosotros? ¿A quién le habla de su intimidad?, o en otras palabras: ¿Para quién construye Jaime su intimidad?
Agustina tuerce las imágenes para entenderlas. Las repite. Las detiene. Subtitula las partes de las entrevistas que le importan. Así, elige duplicar la violencia: por eso, se repiten los leones. La repetición es aquí una forma no lingüística de reflexión, una forma de pensar que le escapa al lenguaje y a las palabras.
En la película, las identidades están fragmentadas. Ser padre. Ser puto. Ser varón. Tal vez esa fragmentación explica que haya personas que eligen no aparecer o no pronunciarse, y que la película se haga cargo de eso. Porque la identificación de la fragmentación propia es problemática, sobre todo cuando está relacionada con identidades de género que no aceptan la heteronorma, que se ha metido en la identidad de los occidentales y los argentinos a través
de la colonización cultural: por eso es importante que se muestren imagenes de Disney, de la Sirenita, de las cosas que compran y consumen constantemente los hijos de la década de 1990. La película de Agustina viene a hacer justicia y a gestar la posibilidad de la creación de una nueva cultura, independiente. Se trata de una película de resistencia contra la presión de la heteronorma.
El silencio es un cuerpo que cae despierta nuevos, urgentes y necesarios análisis en cada una de sus secuencias que sirven para pensar nuestra identidad en el presente. A los fines de esta investigación y a modo de conclusión, se puede ubicar a El silencio es un cuerpo que cae como una película que habilita pensar nuestras identidades dentro políticas de des-identidad de las que escribe Mark Fisher en Los fantasmas de mi vida. Fisher describe la articulación del programa liberal a partir de la noción de 3 identidad y se puede combatir al ver la red de causas y efectos en la que estamos encadenados. Es decir, des-identificarnos implica la afirmación de la eliminación de toda identificación previa y así también, buscar la disolución del mismo aparato clasificatorio. La película de Comedi nos presenta el aparato y nos despliega los propios elementos ficcionales. De esa manera, “pone en evidencia el modo en que las ficciones estructuran la realidad” como dice Fisher. Así, El silencio es un cuerpo que cae nos desafía a repensar nuestras identidades desde el develamiento de su propia ontología como constructo ficticio. Y nos propone pensar nuestras identidades como identidades o des-identidades de la resistencia y si nuestra generación no es capaz de hacer
un movimiento hacia lo ciborg, la que sigue tiene la posibilidad de hacerlo de manera colectiva. “Las obras demandan no una reaceptación por parte de la comunidad que ejerce el rechazo ni tampoco un ascenso completo a la elite, sino un modo de colectividad diferente que está por venir” (Fischer). Si hay algo frente a lo que nos para la película es que para armar identidad se necesita de un otro, un agenciamiento con los otros, un modo colectivo de hacer identidad e intimidad.
NOTAS
1 Haraway, D. Manifiesto Ciborg. El sueño irónico de un lenguaje común para las mujeres en el circuito integrado, 1984.
2 Bourriaud, N. Postproducción, Adriana Hidalgo, 2004.
3 Fisher, Mark, Los Fantasmas de mi vida, Escritos sobre depresión, hauntología y futuros perdidos. Caja Negra, 2018
FILMOGRAFÍA
– El silencio es un cuerpo que cae. Agustina Comedi, 2018. BIBLIOGRAFÍA
– Fisher, Mark, Los Fantasmas de mi vida, Escritos sobre depresión, hauntología y futuros perdidos. Caja Negra, 2018
– Bourriaud, N. Postproducción, Adriana Hidalgo, 2004.
– Haraway, D. Manifiesto Ciborg. El sueño irónico de un lenguaje común para las mujeres en el circuito integrado, 1984.