Cuerpos felices, cuerpos sufrientes. Sobre el aborto y sus representaciones

Por: Karina Solórzano

Abortos felices es el título de una especie de fanzine escrito por Elisabeth Falomir Archambault sobre su experiencia abortando. Llegué a él por azar, una escritora lo recomendó en una historia de Instagram junto con El acontecimiento, la novela de Annie Ernaux, en ese momento yo tenía mucha información de internet sobre los procedimientos para un aborto médico, pero nunca había leído ninguna ficción, ningún ensayo. Con una enseñanza en un colegio católico y con los testimonios de mujeres cis cercanas, enfrentarme al título del libro fue difícil porque ninguna de ellas lo había relatado con alegría, yo tampoco podía imaginármelo de esa forma. El aborto siempre había sido para mí un tema que traté con una distancia marcada, quizás, por el miedo. Falomir Archambault escribe: “Las interrupciones voluntarias del embarazo son un acontecimiento más cotidiano que excepcional […] son, además, experiencias que deberían empezar a hablarse como a veces se viven: con alegría. Concebidas como una fiesta”. En las páginas que había consultado en internet explicaban el funcionamiento del misoprostol, pero nunca encontré relatos personales o testimonios sobre la espera después de la primera dosis, los síntomas esperados o el estado de ánimo durante todo el proceso, si no estaban esos relatos que imaginaba llenos de dudas y angustia, ¿dónde podría encontrar los relatos sobre la alegría? ¿cómo imaginar su existencia?   

“A quien aborta le está permitida una estrecha selección de sentimientos: alivio, culpa, vergüenza. Si vas feliz a abortar, sin duda eres una mala persona” leo en el libro. La escritora agrega: “La representación cultural del aborto muestra invariablemente a alguien sometido a una decisión difícil: traumática en el peor caso, un mal menor en el mejor”. A falta de relatos, repasé en mi memoria algunas de las películas que conocía sobre abortos, volví a ver una de las primeras que vi: Un asunto de mujeres (Une affaire de femmes, Claude Chabrol, 1988) en la que Isabelle Huppert interpreta a Marie, una inductora de abortos condenada a la guillotina durante la Francia de Vichy. Seguí con 4 meses, 3 semanas, 2 días (4 luni, 3 săptămâni şi 2 zile, Cristian Mungiu 2007) la vi el año de su estreno y es una de las películas sobre aborto más difíciles que recuerdo: dos amigas buscan un aborto clandestino para una de ellas durante los últimos años del régimen comunista en Rumanía, una de ellas tiene relaciones sexuales con el varón que le practica un aborto a su amiga.

En ambas películas, el aborto es un medio para dar una lectura social y política de los países en los que está ubicada la narración, a través de la denuncia de un derecho inexistente existe una crítica a los regímenes autoritarios y conservadores por lo que la discusión por la legalidad del aborto es central pero, al mismo tiempo, creo que participan y fomentan una representación cultural del aborto basada en el imaginario de la clandestinidad, ese que sigue usando trozos de madera, varillas de paraguas y perchas como iconos.

Mientras escribo pienso en lo fácil que puede ser hablar de un problema de representación del aborto en el cine, pero no quiero denunciar la falta de abortos felices; más bien, la existencia de un libro así me hace pensar en si existe una narrativa cinematográfica sobre el aborto o en los puntos en común entre algunas películas que tratan el tema. Me hace pensar, también, en las veces en las que cerré los ojos cuando en las películas mostraban uno, como en El crimen del padre Amaro (Carlos Carrera, 2002), que para mí significó una experiencia similar a la de los VHS del colegio católico: cerrar los ojos ante un horror inimaginable. Me hacen pensar en cómo todas esas películas me han imposibilitado para pensar en un aborto feliz.

Buscaba en internet relatos sobre abortos en parte porque necesitaba una especie de guía, pero sobre todo porque quería apartar de mí el miedo. Mis amigas estaban al pendiente de mi búsqueda, queríamos leer algo narrado desde la experiencia física pero sólo teníamos instructivos médicos con sus reacciones adversas enumeradas. Por esas semanas vi la adaptación cinematográfica de El acontecimiento (L’événement, Audrey Diwan, 2021) sobre ella había leído que era un relato sobre el cuerpo. Y lo es, es un relato sobre el cuerpo sufriente. Me llamó la atención la estructura de la película marcada por el avance del embarazo de su protagonista: una batalla contra el tiempo. Cuando se acerca al mes límite (la película rumana en su título también pone ese énfasis en el tiempo) la atención de la protagonista ya no está en su reflejo en el espejo donde puede observar los cambios físicos internos, sino que vemos el dolor de su rostro mientras intenta practicarse un aborto en casa.

El aborto falla y cuando la chica había creído agotar todas las posibilidades consigue el contacto de una mujer que practica abortos —como lo haría el personaje de Huppert en la misma ciudad unos años antes—; aún con ese procedimiento, el aborto falla de nuevo. Para ese momento pienso en el énfasis en el peor escenario posible: los meses avanzados, la clandestinidad, la soledad de la noche, la prohibición del estado y de las instituciones médicas. Es imposible encontrar un aborto feliz en el cine. La chica acude al sitio clandestino una vez más y horas después, en el dormitorio del liceo, comienza el sufrimiento, el sudor y la sangre: los temidos coágulos en el baño y después la pérdida de conocimiento rumbo a la sala de urgencias, el mismo escenario que advierten las clínicas antes de un aborto. ¿Cómo disipar el miedo después de ver el dolor físico? ¿Por qué hacer hincapié en experiencias que nos llevan al límite del control de nuestro cuerpo? No puedo evitar pensar ahora en la distinción entre los abortos médicos y los abortos quirúrgicos, en la decisión entre una práctica ambulatoria con en estado de semiinconsciencia o atravesar las horas y los días que conllevan las pastillas, el cuerpo siempre es ese otro, el gran desconocido.

Falomir Archambault escribe: “Los abortos son posibles a condición de que se hagan de forma discreta y excepcional, sólo así se podrá pasar por alto que se trata de un proceso aún reprobable”. Leo estas palabras y me pregunto si en esas películas el aborto estuviera narrado desde el mejor de los escenarios posibles, desde la legalidad, por ejemplo, existiría todavía el énfasis en el dolor físico. Tal vez perdería su interés narrativo porque, como sucede con el deseo, son experiencias que están en función de representar otra cosa: la falta, nunca el gozo o la alegría. Quizás si no hay relatos ni testimonios sobre aborto, pensé después de mi búsqueda infructuosa, sea posible crear un espacio en el que podamos relatar nuestras experiencias o nuestras dudas respecto al aborto. Pero cuando me había resignado a encontrar un aborto feliz en el cine, me encontré con uno muy “casual” en Les amours d’Anaïs (Charline Bourgeois-Tacquet, 2021) la protagonista, debatida entre varios amores, le informa a su pareja central que está embarazada y no sabe de quién, le informa también su decisión sobre abortar, el chico reacciona sorprendido, un corte en el montaje y después la vemos ingresar a una clínica, una elipsis y la narración sigue. Un aborto como parte de una trama central, un aborto sin grandes sufrimientos, quién sabe si feliz.

Referencias

Falomir Archambault, Elisabeth (2021) Abortos felices, Episkaia, España.

1 comentario en “Cuerpos felices, cuerpos sufrientes. Sobre el aborto y sus representaciones”

  1. Les recomendamos el cortometraje Ixu Jarhaskach’e acompañando, creado colectivamente por diversas mujeres de Michoacán, México, desde la escritura del guión hasta la edición. Una joya recién salida del horno este año.
    @ixu_jarhaskache en Instagram 😉

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