Por: Marisol Aguila Bettancourt (Chile)
Periodista, crítica de cine de El Agente Cine y
Abreacción, Diplomada en Teoría y Crítica de
Cine, Universidad Católica; Magíster(c) en Ciencia
Política, Universidad de Chile. Jurado de Crítica
Especializada en el Festival Internacional de Cine
de Viña del Mar 2019 y 2020. Programadora del
mismo festival en 2021.

Un hombre de edad madura reclama frente a la cámara que en la actualidad vivimos en una época que es hostil hacia los varones, lo que se expresaría, entre otras manifestaciones, en que existe el concepto de «masculinidad tóxica», pero no de feminidad con el mismo apellido. Él cree que según la novela pornográfica Josefina Mutzenbacher, la historia de una prostituta vienesa, escrita a principios del siglo XX, en ese entonces las mujeres todavía disfrutaban de los hombres, de la masculinidad.
El ejercicio que emprende la septuagenaria directora y escritora austríaca, Ruth Beckermann, en su documental Mutzenbacher (2022) al invitar a hombres de diversas edades a leer en voz alta el texto en cuestión, muestra la coexistencia de miradas masculinas contrapuestas sobre lo que es el placer o lo que podría considerarse abuso sexual. Mientras los más viejos celebran la supuesta libertad de elección de la narradora, los más jóvenes son capaces de identificar situaciones de dominación, jerarquía o que atentan contra su dignidad humana.
Sentados en un sillón de erótico tapiz rosa y dorado, los actores naturales pertenecientes a distintas generaciones expresan sus opiniones sobre la aparente historia autobiográfica de una mujer anónima. El antecedente de que con el tiempo se supiera que la novela en realidad fue escrita por un hombre (Félix Salten, sorprendentemente el mismo autor que escribó literatura infantil como Bambi), nos permite desplazar el foco desde el retrato de una mujer rebelde que disfruta del sexo a las fantasías masculinas más escondidas y oscuras (que incluyen la pedofilia), de los cuales pocos se atreven a hablar. Un hombre emulando a una mujer no para representarla a ella, sino a los deseos de otros hombres.
¿Podríamos entender el relato como una expresión libertaria en tiempos victorianos o de exploración de los inicios sexuales, si éste está plagado de expresiones de hombres que le piden a la niña que «no se lo digas a nadie», «si eres inteligente no lo contarás y así podrás volver otra vez»? Cuando la protagonista señala que tuvo su primer «amante» a los cinco años, se está refiriendo al abuso de un adulto hacia una niña que aprovechaba la ausencia de sus padres para propasarse. La figura del abuso y la violencia sexual se manifiesta en distintas expresiones y estamentos, que no excluyen a la iglesia (un cura pedófilo), el interior de su propia familia (el padre que duerme con ella con la excusa de protegerla) o el sistema de salud (un médico que hace su diagnóstico sin resguardar su privacidad).
La experimentada directora Ruth Beckermann es capaz, con economía de recursos y haciendo las preguntas justas (nunca inquisitivas), de generar las condiciones para que la lectura comunitaria de un texto de otra época estimule la aparición de recovecos y rincones escondidos que persisten en ésta, como parte de una poderosa y persistente construcción política, social y cultural de siglos.