Por: Xavie Gálvez (México)
Ciudad Monstruo, 1998. Danzante, poeta, amante
del mar y las sirenas. Pueden encontrar sus poemas
en las redes de Casa Calipso, Una Feminista, Letras
Virtuales, Poesía de Morras y Cúrcuma Taller
Editorial.
M. ,
Escribirte esta carta es, quizás, una forma de transitar la impaciencia que me genera tu recuerdo. La madrugada que nos conocimos, en medio de nuestras risas borrachas, te conté sobre la película Simone Barbès ou la vertu (1980). Estábamos sentadas en la banca afuera del bar, mi pierna sobre la tuya, tus ojos grandes clavados en los míos. Ni siquiera te dije el nombre completo de la película porque me dió pena pronunciar mal en francés, «Simone de Barbes blah-blah-blah», dije, y comencé a narrar la primera escena…
Llega la noche y las puertas del cine porno de Rue de la Gaîté en París se abren. Sentadas con piernas abiertas sobre sillas metálicas, Simone y Martine cuidan la entrada de las salas, asegurando que ningún hombre entre sin dar una cooperación. Ambas son jóvenes, Simone viste pantalones de piel negros y Martine un vestido amarillo. Detrás de ellas, en línea recta sobre sus cuerpos, dos lámparas en forma de ojos decoran el muro café.
Dos ojos nos miran.
(te miro)
Dentro de las salas, las pantallas gimen. Respiraciones aceleradas, camas que rechinan, voces de mujeres que gritan «no», «para», «sigue así».
Los hombres comienzan a llegar, deseosos. Un hombre joven con pantalones de mezclilla y cigarro en mano, un hombre de la tercera edad, un crítico de cine ávido de mirar y hasta un marqués de traje y bastón. Todos diferentes entre sí y al mismo tiempo, todos igual de impacientes por entrar a la sala. Entre risas, burlas y desesperación, Simone y Martine reciben a su clientela. «Esta noche me están volviendo loca», suspira Martine con desencanto.
En la película hay un giro en la mirada.
(te confieso)
Quienes aparecen con el poder de abrir, cerrar y hasta reírse del deseo de los hombres son ellas, las protagonistas. Desde el inicio se nos anuncia una cosa: esta noche la virtud cambiará de bando y contenido.
(Hago una pausa. Confirmo que tus ojos sigan clavados en los míos para así, asegurarme de que aún tengo tu atención y quizás, también tu deseo).
Salto.
Simone regresa caminando a casa de madrugada. La noche es oscura, ella es la única a pie sobre la acera. La música es tensa, no ayuda. Un carro negro con luces encendidas aparece en el plano y comienza a seguir los pasos de Simone. Llega a la esquina y dobla bruscamente, la intercepta.
Entramos en estado de alerta.
—¿Quiere un paseo, madame?
Simone apresura el paso,
se esconde entre los arcos de piedra a mitad de la calle.
El carro la alcanza
la espera.
Simone se percata
de que es inútil huir de aquel hombre.
Lo confronta:
— ¿Cuál es su problema?
— Quería darte un paseo pero no eres del tipo que se deja llevar, así que llévame tú, conduce el carro.
En un cambio de tono súbdito, un cambio propio de una fantasía, Simone sube al carro y comienza a conducir.
El hombre la mira, perplejo.
ágil, Simone conversa con él.
—Seguro que con ese bigote consigues subir a muchas mujeres a tu carro.
El hombre comienza a llorar.
Mientras ella maneja,
él la mira de reojo,
sin poder sostener
su mirada.
Continúa llorando:
sus lágrimas empañan su rostro
y el agua baja
hasta su bigote.
el hombre lleva
sus dedos índice y pulgar
a la esquina derecha
de su bigote:
lo toca.
y como quien muestra
un secreto
desgarrador,
levanta
el pliegue
del bigote
y durante
un
segundo,
lo despega.
La misma persona
que hace unos minutos
nos hizo entrar
en estado de alerta
ahora,
nos da
lástima.
Un cambio de tono propio, y reservado, quizás, a la fantasía.
El cambio en la mirada es evidente.
(Respiro y guardo silencio. Una sonrisa cómplice toma por asalto tu rostro. Me miras y percibo tu deseo; sin embargo, por un segundo, dudo: ¿te gustó la película o te gusté yo mientras la contaba? ¿ambas?)
Ha pasado una semana desde aquella conversación en la banca. En esos días después de conocerte, con tu mirada aún derramándose en mi pecho, volví a ver la película en mi computadora. Fue ahí que me percaté de que, cuando te narré la película, hice un salto inesperado. Pasé de la primera escena a la última y en el camino, omití la parte que más me gusta. La escena que, irónicamente, me transporta a la madrugada en que te conocí.
(imagina que volvemos a la banca afuera del bar, mi pierna sobre la tuya, tu ojos grandes clavados en los míos. Ponte cómoda, que ahora sí te la cuento…)
Da la media noche y el turno de Simone en el cine porno de Rue de la Gaîté en París termina. Con un beso en el cachete y una caricia coqueta en la naríz, se despide de Martine, su compañera de trabajo. Simone sale del cine y se dirige al final de la calle. Por su conversación con Martine al despedirse, intuimos que el destino de sus pasos va determinado por la luna. Simone entra a un edificio y sube las escaleras. Escuchamos sus tacones pequeños y negros golpear el suelo con firmeza;
(tac, tac, tac, tac)
un suelo coloreado por luz roja, intensa.
A su derecha, un tapiz de papel con la imagen nocturna de París cubre la pared de piso a piso. Rascacielos con ventanas cuadriculadas, un pequeño molino, el cielo oscuro. El golpeteo de los tacones de Simone nos lleva al final del camino, y ahí, en el segundo piso, nos encontramos con que un ser corpulento cuida la puerta. Una melodía animada se escapa entre resquicios nos alcanza.
(te la canto)
El guardia nos pide la contraseña. «Luz» contesta Simone (¿o tú?). Entramos al salón antes que ella. En el fondo, dos músicxs nos reciben tocando a ritmo acelerado. Las franjas plateadas de sus trajes y las estrellas doradas que cuelgan del techo a sus espaldas nos transportan a un tiempo distinto, más lejos del cine porno, más cerca del sueño. El espacio está ocupado por mujeres y cuerpos disidentes. Algunas lucen smokings ajustados con moños rojos y camisas blancas. Otras portan vestidos cortos con collares dorados y aretes grandes. La mayoría, aunque no todas, tienen el cabello corto. En la esquina, un grupo de cuatro mujeres miran el escenario y platican.
Simone entra y camina hacia la barra. Varias mujeres siguen sus pasos con la mirada.
Hay deseo,
(te confieso).
Suena un acordeón. Una señora de cabello corto y smoking ajustado, quien hace unos momentos ha mirado de reojo a Simone, se traslada al centro del escenario y besa a una mujer más joven sentada al frente.
Corre el tango y los cuerpos se desplazan. En la pista las mujeres se desean y en una esquina, Simone las mira.
Desde el escenario se escucha:
Sueño con un amor extraño,
eso me trae ternura.
(te miro de reojo, me alcanzas
sueltas la vista)
Este tiempo rojizo me es próximo y lejano a la vez: como si Marie-Claude Treilhou hubiera tomado un pedazo de mi deseo y lo hubiera transformado en luz.
Si la noche en la que nos conocimos te hubiera contado esta escena, entre susurros te habría confesado que tu cuerpo pegado al mío en medio de la pista de aquel bar me trasladó a la fantasía de Marie Claude Treilhou.
Recordar la película, y de paso, recordar-nos, me hace
pensar en que, quizás, mirar el cine con otros ojos implica
esto,
hacer de la pantalla
nuestro lienzo onírico.
Y pienso también en que,
quizás,
hacer cine desde otros gestos permita
llevar a la pantalla
fantasías
históricamente
relegadas
a la noche,
la sombra,
y el silencio.
Posibilitar que al menos,
durante una hora y trece minutos,
un hombre violento
admita,
entre lágrimas,
la fragilidad
de su existencia.
Hacer que exista
un tiempo
en donde nos besemos
sin miedo
entre los confines
de la luz
rojiza.
Mirar y hacer diferente:
para reemplazar
nuestro miedo por lástima
nuestro silencio–
por presencia
y la crudeza del mundo
por una
que otra
risa.
Te pienso e imagino nuestra pasión
en el mismo tono que las fantasías de Treilhou:
en luz rojiza,
un deseo forjado
entre pliegues
de luz y papel,
digno
de la noche
y sus sombras.
Quizás el cine
como tu mirada
y como la luz
sea eso,
posibilidad.
Ojalá veas la película y me escribas de regreso.
Me gustaría saber si cada vez que me– nos –pasas por
el corazón, tu mirada se tiñe del mismo color de esta
fantasía.
Con ternura,
X. B. d. T
P.D: intuyo que no estarás de acuerdo con mi reflexión
sobre el cine y qué bueno, así me río.