Por Florencia Romano
“-If I went to Washington… I could register in the hotel under the name Miss None.
-N-u-n?
-No, ‘n-o-n-e’, like nothing. Miss None.
I made it up once ‘cause I can never remember a fake name, so I just have to think of nothing, and that’s me!”
Marilyn Monroe para The Saturday Evening Post, febrero 1964 (extracto de A Suite for Barbara Loden, Nathalie Léger)
Un poema de José Vila dice: “Los ojos de una mujer son la mujer verdadera”. Casi como de acuerdo con la frase, Barbara Loden elige los ojos, antes que la boca, para interpretar a Wanda. Cuando habla, Wanda es una actriz, pero cuando mira deja de serlo: los ojos un poco entrecerrados, y en el fondo la ira que es incapaz de florecer entre la ternura que se niega a perder.
Una vez encontré un libro sobre Barbara Loden; la tapa muestra a Wanda con su sombrero de flores. Lo escribe una francesa (Nathalie Léger) que cuenta cómo Loden encontró la idea para filmar Wanda: leyendo el diario, vio un artículo sobre una mujer que luego de haber sido condenada por robar un banco junto a su amante, muerto durante la empresa, le agradece al juez su sentencia a veinte años de prisión. Según Leger, Loden se sintió impresionada por el agradecimiento de esa mujer y decidió filmar su historia. A lo largo del libro la escritora se pregunta qué es lo que pudo haberle pasado a Wanda que prefiere vagabundear por cualquier lugar, a medio vestir, a medio peinar, en vez de hacer algo con su vida, o qué le puede pasar a una mujer que le agradece a un juez por encerrarla. Quizás lo que ambas mujeres entienden es que no existe diferencia entre estar adentro o estar afuera, por lo tanto, por qué no formalizar su encierro.
A su manera también Wanda participa de un tipo de encierro: elige la mirada y el silencio antes que cualquier otra cosa (antes que la palabra, por sobre todo), y en esa elección hay una pérdida de libertad. Sin embargo, Wanda habla. Lo hace cuando no le queda otra opción, como cuando frente al juez tiene que decir que accede al divorcio y que le otorga a su ex marido la tenencia de sus hijos. También habla para sí misma, y acá es verborrágica y alegre. Habla para sí misma frente a otros, nunca sola; como cuando entra al bar en el que conoce a Mr. Dennis y cuenta que le robaron todo su dinero en un cine. Él no la escucha y ella lo sabe pero da igual, no está hablando para él. Por último, habla a modo de burla, un pequeño acto de resistencia que sabe que nadie va a entender porque ¿cómo podría ella ser tan inteligente como para estar burlándose de alguien más? Este tono aparece en varios momentos; con Mr. Dennis, por ejemplo, cuando durante la cena le pregunta: “¿Por qué no hablas? ¿Te duele la cabeza?”, o más tarde en el hotel cuando le dice: “¿No quieres saber mi nombre?”. Son todas preguntas que parecen retóricas.
Sin embargo, ninguna de sus frases tiene peso, su capacidad de pronunciar palabras no supone una capacidad para ser escuchada; por eso habla solo por obligación o en chiste y nunca cuando una palabra suya implicaría una decisión, una acción que podría realizar por sí misma (como decir no o como pedir, por favor, no ser lastimada). Para Wanda la palabra no significa nada en el terreno de la acción y su silencio es la consciencia de que nada que ella pronuncie podría cambiar el fluir del mundo que la arrastra. Su opción es siempre reemplazar la palabra por la mirada. Cuando el hombre con el que se prostituye la abandona en el medio de cualquier lugar, arrancando el auto de repente en el momento en que ella se baja a comprar algo, su primera reacción es correr tras él, pero la corrida dura unos pocos pasos y nunca lo llama para que vuelva. En cambio, se queda mirando cómo el auto se aleja, con los mismos ojos entrecerrados con los que observa a su alrededor, como si el mundo entero fuese una sola persona.
Así, la mirada es su contacto con el mundo, el único posible. Hay solo un momento en el que intenta usar la palabra para poder accionar de la manera que desea, y llega a él por imitación: vemos a Mr. Dennis charlar con un posible socio para el robo y a Wanda tirada en un banco como una niña que espera poder ir a dormir mientras observa a los adultos hablar. El posible socio se niega a participar del robo: “No puedo hacerlo”, dice. Más tarde, Wanda aparece frente a Mr. Dennis y repite: “No puedo hacerlo”. Ahí entendemos que ahora es ella la que debe ocupar el lugar del socio y que además no quiere hacerlo. Copia sus palabras esperando obtener el mismo resultado que por supuesto no obtiene: Mr. Dennis la agarra de los brazos y dice: “Quizás nunca hiciste nada, pero harás esto”.
En la mirada de Wanda hay ira y hay ternura pero también una gran comprensión (y el horror que esa comprensión implica). Su mirada elige el silencio como un acto de resistencia y entrega. En ese acto aparece una pregunta: ¿es mejor morir resistiendo o simplemente entregarse al horror? Su respuesta es la entrega. Esta entrega es una acción, como cualquier otra, con la única diferencia de que a veces es la única acción posible y que, además, para la cultura siempre fue una acción femenina (mientras las heroínas del expresionismo se entregan a la bestia, los hombres intentan luchar contra ella; mientras Antígona se entrega a su destino, Creonte sigue creyendo que sus acciones pueden ser más poderosas que cualquier otra fuerza). La entrega, desde el punto de vista político, implica un distanciamiento o, más aún, una negación de las leyes que dominan el mundo. Porque en el enfrentamiento hay siempre paridad, enfrentarse significa aceptar que el enfrentamiento puede tener lugar. En la entrega, no; la entrega no acepta el orden cotidiano. En la que para mí es la escena más hermosa de la película, cuando finalmente Wanda logra un momento de intimidad con Mr. Dennis, se entiende esta diferencia entre entregarse y luchar. Vemos que ya hay amor entre ellos, está cayendo la tarde y toman algo junto al auto estacionado en un lugar descampado. Él le pone su saco sobre los hombros, la mira y la aconseja sobre cómo llevar el pelo. Wanda adopta primero el tono burlón “¿Sí? ¿Qué debería hacerme?”. Él le dice que debería cubrir su pelo con un sombrero, pero ella dice que no puede, que no tiene plata para comprarlo y ahí, por primera vez, cambia el tono: “No tengo nada, nunca lo he tenido y nunca voy a tener nada”. Mr. Dennis la mira y dice: “¡Eres estúpida!”, y ella contesta: “Soy estúpida” (otra vez la burla). Después, Mr. Dennis agrega: “Cuando no se tiene nada no se es nada. ¡Mejor estar muerto!”. De nuevo, Wanda repite como en broma: “¡Mejor estar muerta!”. Silencio. Ella mira para abajo todo el tiempo hasta que finalmente él la vuelve a mirar: “¿Eso es lo que quieres?”, pero ella ya no responde.

No hay lugar para una discusión. Wanda no quiere estar muerta porque de alguna forma ya lo está y la mejor manera que encuentra de resistir es dejándolo ver a través del silencio. Callar implica entregarse a aquello contra lo que nunca va a poder ganar, porque la muerte se vuelve más efectiva si deja en evidencia la violencia. Esta resistencia aparece en la mirada, que puede ser de horror, de ira o incluso de ternura, pero que siempre da cuenta de un tipo de revelación que solo pueden hacer aparecer aquellos que no tienen voz. Si los ojos son la mujer verdadera, las manos serían el hombre verdadero (esto no hace referencia a una cuestión de género en el sentido biológico sino a una percepción que lleva años en la cultura y que separa aquellos implicados en la acción de aquellos -o aquellas, como Wanda en este caso- que solo pueden mirar desde los márgenes). Y así se muestra: Wanda mira, los demás accionan sobre ella, ponen su cuerpo acá o allá, dependiendo de las necesidades de la situación.
Es que cada vez que habla falla; sus palabras son de otros, robadas, o en broma. Su diálogo en cambio aparece a través de la mirada, una mirada que pronuncia palabras que solo son dichas para los espectadores, como una especie de plegaria hacia un futuro en el que sus ojos puedan tener algún tipo de significado. Mientras su mirada no sea clara como el agua, Wanda todavía no habrá ganado. Por eso, cuando Leger se pregunta qué pudo pasarle a Wanda no se da cuenta de que develar el misterio encontrando algún hecho puntual carece de sentido, cualquier persona sin voz sabe la respuesta: nada o, por lo menos, nada extraordinario. Una canción de Babasónicos que suele caer bastante mal (como cayó Wanda entre el movimiento feminista al momento de su estreno), canta: “La vida me hizo mujer / y alguien lo tiene que hacer / aunque me sobre el dinero voy a echarme a perder / nací para mantenida / y no me gusta el esfuerzo / nací para mantenida sin sueños”. Es difícil entender esta canción si se decidió estar del lado de la lucha, pero es muy fácil entenderla si, por el contrario, se prefirió optar por el camino de la resistencia mediante la entrega. Ningún camino es mejor ni peor, pero a veces es lo único que se puede hacer con los medios de una época o incluso de una persona. La mirada de Wanda, como la voz de las mantenidas sin sueños, hacen visible el horror, de la misma forma que lo hace visible una mujer que dice gracias cuando la encierran por veinte años. Las dos trazan la misma estrategia: cifrar un mensaje que alguien tendrá que recoger después.
En ese sentido, Loden quiere ayudar a Wanda (y de alguna manera es cómplice de su estrategia). Para hacerlo tiene que dejarla sola, en el margen. Desde que la vi por primera vez, lo que más me impactó de la película es la forma en la que elige el punto de vista. Como el mundo, Loden nunca se pone enteramente del lado de la protagonista, tratándola incluso, por momentos, con indiferencia (Leger describe: qué es ese cuerpo que camina al principio de la película, un punto blanco, insignificante, que se pierde entre el paisaje rural). La cámara la observa, a veces con cariño, a veces con desprecio, y sin embargo lo hace desde un lugar que a la vez no es enteramente ajeno al personaje. Se trata de un punto de vista en el que la distancia y la cercanía con el objeto filmado se asemeja a mirarse en un espejo. En un texto de Bajtín sobre el otro, aparece esta frase: “Al verme en el espejo no estoy solo: estoy siendo poseído por un alma ajena”. En el espejo uno puede verse a sí mismo o ver a los otros; el efecto, de todas formas, es similar. Al vernos desde afuera vemos la distancia entre nosotros y el resto; vemos, en definitiva, aquello que nos separa, material y espiritualmente, de los demás. La intención de Loden es, entonces, mostrarnos en el espejo a través de Wanda, y lo que este espejo nos devuelve es algo parecido a esto: “Por nuestras bocas nadie habla, / ninguna palabra golpea los árboles / ni rebota contra la cáscara del cielo./ Aún así, nuestros cuerpos hacen un ruido indecible”[1]. En el espejo la escena sucede en otro lado y sin embargo yo estoy participando de ella, responsable del movimiento siguiente. En el espejo de Wanda estamos todas, en mayor o menor medida. Es esta responsabilidad de reconocimiento lo que más deja expuesta Loden a través de Wanda.
¿Por qué Wanda se queda junto a Mr. Dennis? ¿Por qué no se va? Leger tiene una hipótesis: porque no quiere ser abandonada. Como a los niños, lo que más la horroriza es la orfandad, quedar sola es la situación de mayor fragilidad cuando uno no puede accionar frente a los demás. Esto es algo que solo algunas mujeres podrían entender, pero no necesariamente explicar. En otra escena de la película, Wanda se aleja de Mr. Dennis y se mete en las catacumbas de una iglesia, dispuestas artificiosamente como atracción turística. Camina entre la gente, la cámara la sigue de espaldas; no vemos su mirada, solo vemos su sombrero de flores que se distingue, pese a la oscuridad del lugar y la multitud. La voz del guía narra la escena, describiendo los objetos por los que los turistas van pasando y los lugares donde descansan, diferenciados, los ciudadanos comunes y los mártires. “Un mártir -explica la voz- es alguien que ha muerto por su fe”. Wanda puede no tener nada pero parece saber de fe, de un tipo de fe que no tiene que ver con ninguna religión determinada y que podría traducirse, en el mundo cotidiano, como un a pesar de todo. A pesar de todo, Wanda sigue frente a nosotros o, a pesar de todo, seguimos, con la certeza de que en algún lugar hay respuestas para lo que todavía no puede responderse.
[1] Osvaldo Bossi, poema “Las escondidas” (extracto)