Por: Ofelia Ladrón de Guevara

¿Cómo filmar la ausencia? ¿La violencia heredada? En A través de Tola, Casandra Casasola hurga en los recuerdos familiares para hablar de la desaparición de su padre. Es lo que hay en medio. Lo que emocionalmente se desprende de que alguien ya no esté. Se trata de intentar asir el dolor o, mejor dicho, de encontrar su voz. Las conversaciones con la abuela y la madre se mezclan con material del archivo familiar en el que padre está presente. La memoria se abre no para reconstruir los hechos y enmarcarlos en una cronología; es más una puerta desde la cual es posible mirar el dolor: nombrarlo.
Los recuerdos emergen como olas, en un ir y venir que destruye cualquier posibilidad de fijar los hechos. Entre las conversaciones y el material del archivo familiar, otras imágenes surgen: unas hormigas que se desplazan y chocan entre sí, como copiando o repitiendo sus movimientos; hormigas que se amontonan alrededor de un insecto muerto, que lo rodean, que parecen entre que luchar o unirse para cargarlo; hormigas que se mueven en círculos, amontonándose, como repitiéndose. Y luego, la luna. La noche cae. Estas imágenes entreabren un espacio. Entre los hechos y el recuerdo se apertura lo intermedio que permite a las emociones y a su lenguaje ralo y contradictorio surgir. Un a través que desde el propio título se anticipa y que, gracias al montaje, a la yuxtaposición entre imágenes, se convierte en un trayecto posible para el espectador.
Mediante las conversaciones con la abuela y la madre, el filme se interpela a sí mismo. ¿Es posible para las imágenes seleccionadas mostrar el dolor causado por la ausencia? Una pregunta que con el pasar de los minutos el documental contesta; es decir, se afianza a su forma, a las conversaciones mostradas, a la mezcla entre el material de archivo y aquellas otras imágenes para, desde ahí, ser respuesta —espejo y reflejo— a su propio cuestionamiento. La violencia que les atraviesa, pero también se ejerce. Y he ahí el símil con las hormigas.
En las últimas escenas del documental, la directora nada en un río. El agua cristalina. El cuerpo que se sumerge, que se expande. El dolor y la violencia contenidos desembocan en esa agua de río, como liberándose. En voz en off se escucha: «Abrazo mi duelo y el dolor heredado. Lo nombro para reconocerme y sanar. Para poder romper los patrones que se nos arraigaron». Las imágenes que se intercalan con esta escena —una mano que en sombras se mueve sobre la arena de la playa y juega con el cabello que también se refleja; un close up al rostro de la directora que más que fijarlo lo difumina, lo entreabre hacia los destellos de luz de la siguiente escena, a la sombra de una rama— acompañan dicha emancipación.
«Si yo fuera ave. Me gustaría ser un águila», confiesa al final del filme la abuela. El documental, en su ir y venir —de un recuerdo a otro, de imágenes del archivo familiar a material fílmico del presente— logra construir una corriente en la que el dolor por la pérdida del padre y el reconocimiento de la violencia que se vive se abren paso. «Gracias a dios, a mis hijos. Quiero olvidar mi pasado», remata la abuela. Un futuro que se divisa: que expande su horizonte cuando la dedicatoria final hace su aparición en la pantalla. En A través de Tola, el cine juega a ser pregunta y respuesta. ¿Cuál es el lenguaje del dolor? Las imágenes que no pertenecen ni al material fílmico ni a las conversaciones con la abuela y la madre parecen responder, como si mediante el montaje, el lenguaje cinematográfico alcanzara a ser la voz del dolor. El cine como un a través en el que lo que parecía incapaz de tener un orden —lo sin reflejo— se muestra.