#38 Mardelplataff: todo tan rápido se vuelve recuerdo

Por: Karina Solórzano
18/11/2023

Moli: 

Tus palabras son como una cálida extensión de la hospitalidad que viví en Argentina, ahora te escribo desde mi habitación en México. Suki, mi gata calicó, me distrae de la escritura, se restriega en mis cosas como si estuviera reconociéndolas, apoya su cuerpecito contra los muebles como Greta Garbo en Queen Christina (1933) al memorizar la habitación en la que pasó una noche con John Gilbert: “en mi memoria viviré mucho tiempo en ella”, le dice a su amado y su voz es profunda y grave y sus ojos brillan mucho. Yo interpreto los movimientos de mi gata como si se tratase de un ejercicio de memoria, pero si algo he aprendido de ella es a detenerme a mirar el presente, sin nostalgia.

Pensé en esto una mañana que fui a caminar por la rambla, el día anterior habíamos visto Cerrar los ojos (2023) y quería “limpiar mi mirada”, o más bien, quería saber si era posible mirar con esa sensibilidad que parecen tener algunas películas que nos invitan a volver a descubrir el mundo como si lo viéramos por vez primera. Tenía ganas de enamorarme y ser correspondida. Amar, pensé entonces, es detenerse a mirar, y si la vida es un constante ejercicio de la mirada, se ama el cine como se ama la vida. Mientras escribo me doy cuenta que, contrario a mi gata, yo no puedo evitar la melancolía que creo que es algo así como tener una fracción del pasado siempre presente. En la distancia recuerdo Mar de Plata también a través de imágenes fugaces a las que volveré a menudo en mi memoria.

Escribes: “viajamos buscando algo distinto y encontramos en todas partes lo que ya éramos”, encontré una idea similar en un letrero en la playa:

Reconocerse en otras ciudades, viajes de ida y vuelta para corroborar que el hogar está en este posible territorio imaginario que es el amor y la amistad. Una pequeña comunidad para compartir una sala de cine, unos mates en la playa o queso y dulce —ese postre que aquí se llama Martín Fierro y es el nombre más lindo—. Es en esa colectividad en la que Simone Weil dice que es posible echar raíces: “un ser humano tiene una raíz en virtud de su participación real, activa y natural en la existencia de una colectividad que conserva vivos ciertos tesoros del pasado y ciertos presentimientos del futuro”. La melancolía, entonces, puede ser movilizadora si se proyecta como un futuro común, pese a que carezca de un territorio físico. Una melancolía alegre para iluminar la noche más oscura.

Pero qué difícil proyectar hoy, en este estado del mundo. Un desarraigo posible se asoma a la puerta y se parece a esa España que Cande nombra junto a las palabras identidad, memoria y olvido. Pienso en otra palabra: desterritorialización, la dije varias veces a propósito de El auge del humano 3 (2023); en ese “sueño de la Torre de Babel” —como se refirió a ella Alonso, un crítico mexicano— se reúnen las contradicciones de filmar un espacio que puede ser la Amazonía peruana, Taiwán, Sri Lanka, Hong Kong o Brasil intentando desvanecer sus peculiaridades pero al mismo tiempo capturando, como sin querer, un chiste en español, o la proximidad de dos chicas que conversan en un lago y que, sin embargo, vemos muy de lejos. Prefiero las películas que miran de cerca, pero ¿acaso la película de Williams no podría dar cuenta de esa colectividad imaginaria que carece de un territorio físico? No tengo una respuesta, estoy intentando volcar acá una pequeña parte de lo que platicamos entre amigos y amigas en esos debates de pasillos, billares y boliches.

Pienso en las películas que funcionan como registros de las ciudades en su tiempo, algo de eso está en las dos que vimos de Ana Mariscal, la tensión entre el campo y la ciudad me recuerda al cine de Roberto Gavaldón, ambos espacios parecen estar a la espera de ese ansiado progreso que nunca llega porque en nuestros territorios la modernidad nunca fue como la europea. Tal vez en el cine de Mariscal hay un progreso interrumpido por las guerras, es como si capturara un momento en suspenso o en un tránsito muy lento porque tanto en El camino como en Segundo López, aventurero urbano la vida de los personajes parece estar a punto de transformarse drásticamente: Uca y Mochuelo se despiden en esa escena que evoca Esme y en sus lágrimas está la llegada de adolescencia y la juventud. Segundo se marcha de Madrid, pero en su estancia se enamora, se despide del amor y se lleva consigo a un amigo, es la más cercana a “nuestros cines” —sigo pensando en Gavaldón— la Gran Vía como símbolo de un progreso desconocido para esos pillos que recolectan colillas en las calles a cambio de unas cuantas monedas.

En el mercado de San Telmo encontré una postal de Mar del Plata de 1946, me llama la atención las palabras iniciales: “Buenos Cines”, el Festival se creó en 1958 y 12 años antes una mujer llamada Rosa Elena mandaba saludos a su tía y pensaba en los cines, una anacronía interesante. Varios años después, para mí, una mexicana en Playa Bristol, Mar del Plata sigue asociada al cine, el mar frío, el viento nocturno y a un conjunto de edificios construidos durante el peronismo. Planes de vivienda social que nunca existieron en una playa como Acapulco, por ejemplo. Esos edificios, testigos físicos de su tiempo, me hacen pensar de nuevo en la posibilidad de echar raíces en un territorio que sea hogar, identidad y memoria. Mientras tanto, estos momentos inmateriales vivirán en la memoria. Son un viaje con tangos, boleros y Roberto Carlos, proyectos para conocer nuevas salas de cine, salas como espacios que resisten a este otro progreso, uno que pretende homologar nuestras formas de mirar. Ahora estoy pensando en Retratos fantasmas (2023), la última película que vi con Lucía Requejo, a ella invoco ahora.

Abrazos cálidos
K.

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