Passages: entre la película y la biografía

Por Ofelia Ladrón de Guevara (México)

Estudió Antropología en la UNAM. Ha colaborado en medios como Punto de partida, Punto en línea, Correspondencias, Icónica y GIFF. Talent Press Guadalajara 2022. Es parte del equipo de redacción de la revista Icónica.

Para Ra

Lado A: la película 

Los primeros minutos en la sala. Mi cuerpo se relaja. Ya no pienso. Todo se oscurece. Después, una luz: la primera escena y entonces noto que he entrado con expectativas, con la esperanza de que algo en la pantalla sea eco de mi propia biografía. ¿Quién no desea que le susurren al oído lo que le duele sin haberlo externado? Ahí está la lágrima que escurre por el rostro de una mujer en 2046, de Wong Kar-wai, cuando alguien le susurra aquella que fue en otro tiempo. Sin embargo, y por fortuna, al salir de la sala sé que Passages (Ira Sachs, 2023) fue algo más: un susurro hacia otra dirección alejado de la afirmación, de las certezas que a veces busco, tratando de ordenar el mundo —sus hechos— en una justicia que me acomode en ventaja frente al dolor. 

La trama del filme es la de cualquier triángulo amoroso: la situación de una pareja —Tomas y Martin— se transforma cuando el primero conoce a una mujer —Agatha —con la que comienza a frecuentarse. Pero aquí no se trata de engaño. No hay enclave a resolver. Tomas llega a casa después del primer encuentro con ella y dice a Martin que acaba de tener sexo con una mujer.  

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Lado B: la biografía 

Acostados en la cama —mi amigo con la sábana cubriéndolo desde los pies hasta la nariz; yo, descubierta,  sin la necesidad de ella— miramos una telenovela en la que hace veinte años él actuó. Le pregunto qué  sintió cuando desde el balcón le grita a la mujer —que dentro de la historia es su esposa— que haga las maletas al descubrirla con otro hombre en la sala de su casa. Él se ríe y lacónicamente contesta: «Lo que luego uno hace para poder comer».  Y continua sin ceder a descubrirse ni un centímetro del rostro. Entonces soy más incisiva: «¿Pero cómo te lo dijo o qué?» A media voz contesta: «Cuando estábamos a punto, me preguntó: “¿Tú nos cuidas? Porque yo sí, con los demás uso condón”». «¿Y qué le dijiste?, ¿Qué hiciste?». Él me mira y ríe desde su derrota. Me deja sin respuesta y vuelve su mirada a la televisión. Su cuerpo acostado en la cama, como si tuviera fiebre y las defensas bajas. Lo escucho respirar pesadamente, con dolor. Él se deja sentir sin intentar un orden. Sus ojos fijos sobre la pantalla. Quizá explorando sus emociones, viendo por qué no vale la pena ser el esposo que grita groserías desde el balcón. 

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Lado A

Dos escenas que se contraponen, pero, quizás, de eso va el deseo: 

  1. Tomas dice a Agatha: «Creo que me estoy enamorando». «Me imagino que dices esto a menudo », responde ella.«Lo digo cuando lo siento de verdad». Sus rostros cerca uno del otro. Un gesto: los labios de él que, al pronunciar esta última oración, cobijan al sentimiento, lo que parecer ser una verdad.
  2. Tomas toca la puerta. Martin abre, le reclama que no puede llegar así de pronto, a mitad de la noche. Ante el ruido, enfundado en la pijama roja de Martin, el nuevo amante se asoma, al ver de quien se trata, se retira de nuevo a la habitación y los deja solos. Tomas llora, se queja, dice extrañar tener sexo con un hombre.  

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Entre el lado A y B

«Todos somos un poco así: empezamos inocentes, nos ponemos nerviosos y terminamos complicados», escribe Leila Guerreiro al hablar de Con amor y furia, de Claire Denis.1    

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Lado B

Viendo fotografías en su celular, llegamos a unas en las que ella está frente al espejo del baño. Apenas y se ve su rostro, el encaje del brasier, el flash que se estrella en el vidrio y de la oscuridad hace surgir su silueta. Me cuenta que se las tomó para enviárselas a alguien de Bumble. «Mira», dice, y me enseña las fotos que recibió en respuesta. Le pregunto qué  sintió al hacerlo. «Nada», contesta. Y luego pasamos a hablar de sus gatos. El otro es infinito, exterior. A veces me gustaría saber de memoria alguna cita de Lévinas para recitar como mantra, para decírmela en los momentos en que se hace difícil recordar que a quien deseamos, también, desea en otras direcciones. El encaje del brasier. Una postura de su cuerpo que nunca antes había visto, está ahí, frente al espejo. Me maravilla descubrir algo que no es parte de nuestro lenguaje, del desearnos. Sin embargo, la pregunta aniquiladora, ante aquello, ante lo infinito del otro: ¿dónde el yo? 

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Entre el lado A y B

Passage (noun) 

  1. The action or process of passing from one place, condition, or stage to another. 
  2. A way of exit or entrance: a road, path, channel, or course by which something passes. 
  3. Travel, especially as a way of escape. 

(verb)

  1. To go past or across. 

One more: the movie that Tomas is filming. A movie inside a movie. 

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Lado A 

Agatha espera un hijo de Tomas. Él comparte la noticia con Martin, le dice que podrían criarlo juntos. «¿No es lo que tú siempre has querido?», añade. Esa noche la pasan juntos.

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Lado B 

Pollock. Negro, blanco, un poco de amarillo, quizá. Líneas. Sentada, lo miro y recuerdo la historia que me contó mi amigo actor de cuando, a mi edad, viajó a Nueva York. «Yo que decía tantas cosas sobre el arte abstracto, y no sé qué pasó, que cuando vi Uno, lloré, sin poder detenerme, de forma desbordada», me contó una tarde mientras veíamos el canal 22. Mirar el cuadro es una manera de conversar con él. Las líneas que, de tanto mirarlas, se deshacen en puntos, en un arañazo sobre el vacío, sobre el lienzo en blanco. Parpadeo, carente de ánimo. Siento el cuerpo caliente, como  si se tratara de un síntoma de gripa, de alguna infección pronta a doblegar los anticuerpos que luchan por defenderme de la enfermedad. Por la tarde recibí un mensaje. Una ruptura. Un saber que eso se termina porque ya no hay deseo o, mejor dicho, lo hay pero para alguien distinto. Pollock. Si te le quedas mirando por más de cinco minutos aparece el vértigo. Una línea puede ser también una lágrima: su espejo. ¿En lo infinito del otro, dónde el yo?

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Lado A

Una pared. De un lado: Agatha. Del otro: Tomas y Martin. Risas. Sus cuerpos que se acercan. Agatha escucha. No hay palabras. Desde el silencio: sus lágrimas. 

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Entre el lado A y B 

 ¿Pueden los pasadizos ser espejo?

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Lado A 

Tomas recorre París. Es de noche. Las luces chocan contra su rostro. Un gesto: una seña de dolor. La incertidumbre de no saberse en ninguna parte. Está solo. Es el único momento de la película en que logra estarlo. Él es su propio pasadizo. Ya no tiene ese ir y venir entre Aghata y Martin. Pedalea. Una línea es una clase de lágrima.

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Entre el lado A y B

Y de tanto ir y venir: terminó por reflejarse. «¿Acaso no depende todo de nuestra manera de interpretar el silencio?» menciona Durrell en su novela Justine2. Un silencio que es lienzo en blanco. ¿Hacia qué dirección, qué línea? Amarillo, blanco o negro. Un impulso: es el deseo. 

  1. https://cadenaser.com/nacional/2023/02/05/el-deseo-cadena-ser/. ↩︎
  2.  Justine (1977). Editorial Sudamericana: Argentina. P. 248. ↩︎

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