Disparar contra el canon, reimaginar la cinefilia
Una pregunta que atraviesa de manera transversal las diferentes áreas del ámbito artístico es aquella que aborda los interrogantes en relación a por qué la creación artística se capitaliza en su mayoría en torno a nombres masculinos, como si el capital creativo estuviera mediado por divisiones sexogenéricas. Hoy en día no dudamos en pronunciar nombres de mujeres cineastas, generalmente en menor cantidad numérica que sus pares varones. Sin embargo, cuando volvemos la vista hacia atrás, la historia del cine también ha invisibilizado el trabajo de mujeres y disidencias.
Si ponemos la lupa en una región geográfica, y un momento histórico determinado, el canon cinéfilo europeo puede ser un puntapié para replantearnos cómo se ha construido cierta idea sobre el cine, la cinefilia y por ende la crítica de cine. La historiadora del arte Griselda Pollock plantea lo siguiente: si el canon es lo que legitima y legitimó las discursividades narradas, validando lo que sucede en el campo artístico —de las artes audiovisuales en este caso— como aquello de calidad, que merece ser separado del resto, no dudamos en advertir que esa selección canónica conlleva un punto de vista privilegiado, masculino, blanco, occidental y heterocis. Conformando una constelación de genealogías patrilineales Hitchcock, Rohmer, Truffaut, y Godard se apuntan como algunos de los nombres que heredan este sistema de aprendizajes y sucesiones, legitimados por el campo artístico. ¿Podríamos decir que, tal vez, la noción de genio, único, inigualable y ególatra esté ligada a estas categorías? ¿No son acaso características atribuibles históricamente a los hombres? ¿Qué define la política del cine de autor? ¿Acaso no es más que un culto a los autores que nace desde una mirada privilegiada? La solución tampoco parecería ser trazar posibles genealogías matrilineales: una salida posible es disparar contra el cánon.
No se trata de realizar, solamente, un análisis aditivo de artistas mujeres, sino volver a los supuestos orígenes de la genealogía cinéfila. Mientras en 1968 el Mayo Francés asaltaba las calles parisinas, Chantal Akerman iniciaba ese año su filmografía con el corto Saute Ma Ville, donde el agobio, el ahogo, y el encierro del hogar resultaban incluso mortales. Volvía al espacio doméstico en el momento en que las cámaras filmaban en el espacio público, un espacio, hasta ese entonces, masculino. Mientras la cinefilia se gestaba en los cines y los debates encontraban a sus héroes en tipologías masculinas, algunas voces denunciaban la nueva imagen de la felicidad impuesta por la cultura de consumo: una ama de casa tomando té y mirando a sus hijos mientras aguarda la llegada del marido quien con su trabajo y salario hizo posible esa fantasía. Le Bonheur (1965) retrata el resquebrajamiento de la prototípica institución burguesa del matrimonio, monogamia mediante; la idea de felicidad, aparente y superficial, era juzgada, en este caso, con un protagonista varón. Si la revolución feminista estaba latente, al menos en el trasfondo, ¿qué filmaban entonces los cineastas de aquella época? Pongamos, solo por ejemplo, los seis cuentos morales de Eric Rohmer ¿Podríamos analizarlo desde una perspectiva de género? Por otro lado, y no menos importante, ¿qué estaban filmando las mujeres en aquel entonces?
Las Nuevas Olas estéticas y políticas que surgieron en momentos históricos signados por crisis bélicas y socioeconómicas que atravesaron Europa a mediados de Siglo XX, provocaron una crisis representacional, y con el tiempo pasaron a acaparar los libros teóricos y críticos sobre el arte y sobre el cine. Proponemos repensar el cánon y revisitar a los pioneros europeos que la historia tanto nos recuerda: nombres como Fellini, Fassbinder o Leone resuenan en nuestro imaginario, y allí nos quedamos, en sus confortables filmografías. Antes que críticas somos feministas, una palabra —según Sara Ahmed— “saturada” erróneamente de infelicidad. Frente a esa imagen de destructoras de felicidad, de feministas “aguafiestas”, sostenemos que el gesto de revisitar la obra de cineastas, incluso aquellos a quienes admiramos, va de la mano con volver a mirar la historia del cine. Tomar conciencia es un gesto liberador y emancipador, así como lo es la lucha política. Arremeter contra el canon y reimaginar la cinefilia no podría ser más estimulante.
Buscamos textos —inéditos o no— sobre películas principalmente europeas que conformaron el corpus de la cinefilia y crearon la idea de la política de los autores. Los textos pueden ser ensayos o críticas de películas particulares que reflexionen acerca de cómo nos formaron pero también sobre qué nos dicen hoy esas películas. Proponemos volver al cine de Truffaut, Godard o Pasolini pero sin perder de vista a las directoras que también estaban trabajando en ese momento, como Cecilia Mangini, las citadas Varda o Akerman, y aquellas que aún se nos escapan, que en su momento apuntaron al objetivo y hoy su obra nos llega como destellos de pólvora, tensionando al cánon bajo la mirilla de sus lentes.
Lineamientos
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